En relación a la
carta publicada en la sección de cartas al director de hoy martes 7 de enero y
firmada por doña Esperanza Jiménez González, bajo el título "La arrogancia
de los cazadores" quisiera hacer las siguientes puntualizaciones porque me
siento aludido como cazador:
Estoy de acuerdo
con la señora Jiménez González en que el monte público es, efectivamente, de
todos. También de los cazadores. Y, por supuesto, de los senderistas, ciclistas,
seteros y demás personas que quieran realizar su ocio como más les plazca. Tengo
amigos que compaginan estas aficiones, además de la caza y no son
incompatibles.
Por desgracia y
le tengo que dar la razón a usted, los accidentes de caza, 22 muertos en 2012,
se producen entre los propios cazadores, normalmente por descuidos e
imprudencias. Afortunadamente, no ha habido que lamentar más muertes, a pesar
de las imprudencias que a diario se cometen y no siempre por los cazadores.
Precisamente,
para que esto no ocurra, los días que previa orden, normalmente es Delegación
de Gobierno el organismo correspondiente con el visto bueno de la Guardia
Civil, se acuerde organizar una batida, convendrá conmigo que no es día para ir
a coger setas, subir en bicicleta o circular en patinete y es más que razonable
que se prohíba el acceso al monte de todas aquellas personas que no participan
en la montería.
Muchas veces
acordonar la zona con precintos no es suficiente para garantizar la seguridad.
Para terminar y
por no extenderme más, decirle que el verbo prohibir al que usted alude en su
misiva quienes mejor lo han conjugado en todas sus declinaciones y formas son
los grupos ecologistas, que vienen desde hace mucho tiempo tratando de prohibir
la caza, una actividad ancestral que viene desarrollándose desde la
prehistoria.
Para concluir,
decirle estimada señora, que soy cazador desde que tengo uso de razón y no
disparo a todo lo que se mueve ni voy de arrogante por la vida ni mucho menos
siento placer en los términos a los que usted se refiere cuando abato un
animal. Atentamente.
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