sábado, 31 de diciembre de 2011

De perdices en el Bonillo

Llevaba casi un mes sin subir al Bonillo a cazar patirrojas y ya no podía aguantarme ni un minuto más. Ni la tortícolis que padezco desde hace unos días fue un obstáculo más bien un acicate.
Antes de que sonara el despertador, ya tenía los ojos como platos. En la calle hacía un frío de “mil demonios”, como le gustaba decir a mi madre. El termómetro marcaba 4 grados.
A las 9 en punto estaba en el bar de costumbre. Allí me esperaban ansiosos Pepe Sala y Pepe Tortosa, mis compañeros de cuadrilla.
En poco más de hora y media nos plantamos en el Bonillo.
El viaje transcurrió sin incidentes, salvo algún tramo con niebla, sobre todo a partir de Albacete. En esta época del año es frecuente encontrarte con niebla cuando vas de viaje y sobre todo por tierras manchegas.
Y algo ya habitual también en las carreteras castellano- manchegas son los radares tanto móviles como fijos.
Antes de llegar a Albacete había un coche azul, apostado en el carril derecho a la bajada de un puente con los cristales tintados de la DGT, convenientemente camuflado y por qué no decirlo estratégicamente colocado.
Al llegar a casa Emilia nos esperaba Tomás, encargado de acompañarnos en esta ocasión. Puestos a llevar un acompañante prefiero que sea Tomás a cualquier otro. Además, de ser un chaval muy agradable, resulta muy gratificante compartir con él una jornada de caza.
Con Tomás; León, un labrador de 9 meses que ya va cogiendo afición y que se ha encariñado mucho con su dueño. Desde la última vez que lo vi ha mejorado mucho en todos los aspectos: tanto en obediencia como en el cobro. Y es que estos animales aprenden pronto.
A las 11 en punto ya estábamos en el monte. Tomás nos llevó a una parte de la finca que hasta ahora no habíamos cazado y donde la densidad de perdices es algo menor, pero mejor que sea así porque hay que pelear más para dar con ellas. Y algunos preferimos la calidad antes que la cantidad. Aún así, no se dio mal del todo.
El día amaneció nublado, ideal para cazar. Sin embargo, dicen los que saben de esto que los días mejores para cazar las patirrojas son los días de mucho viento, ya que la perdiz aguanta más, sobre todo, cuando las coges a contra aire.
 Sala con su perrita Laica, una braca ya veterana, que le hizo pasar una jornada de caza memorable, cobrándole dos perdices de ala, que fue el tema de conversación estrella durante la comida. Además, Sala se apuntó un doblete de perdices de las de campeonato que tuve la suerte de presenciar y hasta de aplaudir, pues iba a su lado.
Pepe Tortosa, que se colgó 6 perdices y un conejo también lo pasó de lo grande con su perrita Senda, una preciosa braca alemana de apenas año y medio, que hizo varias muestras de las de quitarse el sombrero. Tortosa no podía esconder su satisfacción al contar los lances.
Yo no fui menos y lo pasé también de lo lindo. Empecé mal el día, tumbando una perdiz de ala que no conseguí colgarme y que Sénia, despistada, no se percató y errando otra que pasó como un proyectil por detrás de mí y que me pillo como se dice con el pie cambiado.
Luego encadené varias perdices consecutivas hasta siete y cuando me creía el rey del mambo erré tres seguidas. Cosas de la caza. Y es que la escopeta igual que te sube la autoestima te la baja inmediatamente. Es un buen correctivo.
Sènia agarra un conejo que vio encamado y cuando me lo traía vivo se le escapa de la boca y se mete en el primer agujero que ve.
Cuando nos aproximabámos a los coches decido coger un perdido. No quise alargarme mucho, pues Sala y Tortosa estaban esperándome en los coches y no era cuestión de hacerles esperar. De debajo de una carrasca arranca una perdiz que logro derribar de un certero tiro.
Sala y Tortosa bromean diciendo que esta última perdiz no contaba, ya que había sido abatida fuera de tiempo. Y es que a parte de cazar hay que mantener una buena camadería por encima de todo.
Las tertulias que tienen lugar alrededor de una mesa al término de la jornada de caza son a menudo tan interesantes como apasionantes, como lo es la caza en si misma.
A las dos del mediodía decidimos dar la jornada por concluida. No sin antes comer unas espléndidas migas que Emilia nos preparó. Sala y Tortosa eligieron paella, a pesar de estar en tierras manchegas y ser valencianos ambos de pura cepa. Tanto Emilia como yo nos quedamos sorprendidos por la elección. Como igual de sorprendidos nos quedamos al ver que en la mesa contigua a la nuestra se encontraba el obispo de Albacete, monseñor Ciriaco Benavente, junto a un grupo de sacerdotes saboreando la buena cocina de Emilia.

Un día más de perdices en el Bonillo

Quiero aprovechar los pocos días que quedan para terminar el año como más me gusta: cazando. Este es mi sexto viaje al Bonillo en lo que va de temporada y espero que no sea el último.
Antes de llegar a Munera, a pocos kilómetros de la población manchega, el conductor de un vehículo que venía en dirección contraria me indica con un gesto con el brazo extendido que reduzca la velocidad.
Obviamente, le hago caso, pensando que había un accidente y menos mal porque a pocos metros y escondido detrás de una mata había un coche camuflado de la DGT en un tramo de carretera limitado a cien kilómetros por hora. En concreto, en la recta que hay antes de llegar a Munera. No es necesario que les diga que esta carretera no reviste ninguna peligrosidad ni se ha producido ningún accidente mortal en ella ni tampoco es un punto negro de los numerosos que hay en las carreteras españolas y que siguen sin arreglarse a pesar de los muertos que cada año se registran en ellas. Uno podría llegar a entender que se pusieran radares en lugares peligrosos para evitar accidentes, pero no es ésa la función de la DGT y menos en esta época del año en la que hay que pagar la extra de navidad. Es otra bien distinta, recaudar. Siempre ha sido así.
Lógicamente, no pude ver la matricula del coche ni la persona que lo conducía, pero desde estas páginas quiero aprovechar la ocasión y agradecerle el gesto que tuvo conmigo, aún sabiendo que cometió una infracción como es la de avisar a otro conductor de la presencia de un radar. Acción ésta que es objeto de sanción.
Dicho esto. Vamos al tema que nos ocupa y sobre el que me gustaría escribir unas líneas y que no es otro que hablarles de caza y más en concreto relatarles un día de caza en el Bonillo en el coto La Cruz del Viso.
Con puntualidad británica estaban esperándome en el Bonillo Pepe Sala y Pepe Tortosa. Cuando yo llegué acababan de bajar a los perros del coche para que hicieran sus necesidades.
En esta ocasión sería Juan Antonio, persona de confianza de Tomás, el encargado de acompañarnos durante la cacería.
El hijo de Tomás se encontraba en clase apurando los últimos días antes de las vacaciones de navidad y no pudo venir con nosotros.
También hoy como ya ocurrió la semana pasada, Tomás nos mandó a otra parte de la finca en la que tampoco habíamos cazado con anterioridad o al menos yo no lo recuerdo, aunque según Sala que tiene más memoria que yo,  ya habíamos cazado allí la temporada pasada. Sea como fuere la cuestión es que íbamos a cazar, el cazadero era lo de menos.
Tomás va cambiando a los grupos de cazadores de zonas para no castigar demasiado a las perdices y no machacarlas, es un modo de evitar cazar siempre en el mismo sitio con lo cual das un respiro a las perdices. El coto tiene 1.500 has, con lo que hay terreno más que suficiente para cazar y dejar algunas zonas de reserva como obliga el plan cinegético.
Entro en un campo que había sido desfondado – incómodo de pisar como todos los campos desfondados, y de los terrones arranca una perdiz que logró derribar. Empieza bien la mañana. Ninguno de mis compañeros se había estrenado aún. Sénia me la trae a la mano.
Juan Antonio va por el linde metiendo perdices. Sala le marca de cerca como si un defensa de fútbol se tratase. Sabe que con él al lado va a tirar seguro a las perdices.
Me detengo para que Juan Antonio vaya adelantándose y al poco tiempo mete una barra de perdices tipo ojeo que pasan a una veintena de metros de donde yo estaba. Descuelgo una. Todavía deben de quedar plumas en el suelo del pelotazo que pegó.
De debajo de un ribazo arranca otra patirroja. Tiro trasero y como se dice en estos casos la perdiz a criar. Este mismo día fallé dos perdices de tiro similar. De arriba abajo. Tengo que practicar este tiro cuando vaya a los recorridos de caza, que precisamente sirven para mejorar y enmendar los errores que cometemos cuando vamos a cazar.
Sigo parado a la espera de que Juan Antonio, que va de punta se adelante para llevar bien la mano. El que va por el linde debe ir adelantado para meter las perdices dentro. Si yo me adelanto a él lo que puedo conseguir es tirar las perdices fuera del coto y todo el trabajo ha resultado en balde.
Al poco rato, logra meter otro bando de perdices en el coto. Engancho una por bajo que cae bastante lejos y que más tarde cobraríamos, en este caso con la ayuda de Juan Antonio.
Tortosa va a mi derecha por bajo. En mi opinión, demasiado lejos. Conviene ir más juntos y también más despacio para dejar cazar a los perros. Y más esta perdiz que aguanta más en el campo que la otra.
A Tortosa apenas se le oye disparar. No así a Sala que va colgándose las primeras perdices de la mañana.
A mí tampoco se me está dando mal el día. Aprieta el calor, a pesar de estar en diciembre y haber comenzado el invierno.
Los perros aprovechan el agua de un reguero para beber en él. A mitad de la mañana fallo la mejor perdiz de todas. Le vi todos los colores. Seguramente, levanté la cara en el momento de tirar y el disparo fue alto.
Cuando nos dirigíamos a los coches y podía haber culminado el día con un doblete de perdices fallo la segunda que voló de dentro de una chopada como lo hacen los faisanes, aunque Juan Antonio me dijo que iba algo tocada.
Sala que llegó algo fatigado por el cansancio se colgó 13 perdices. Tortosa que anduvo algo despistado ese día sólo dos. Y yo me mantuve en la media de los últimos días con 8 perdices en el zurrón.
Y aprovechando que estamos en Navidad, Tomás tuvo la gentileza de obsequiarnos ese día a cada uno de nosotros con una botella de Gaudium de Marqués de Cáceres. La ocasión lo merecía.