miércoles, 15 de enero de 2020

Últimos días de caza

Aún me sigo poniendo nervioso cuando me voy a cazar y la noche anterior no pegué ni ojo. Cuando esto no me ocurra, mala señal.
 Al pasar por Albacete el termómetro marcaba - 4º. Conforme me iba aproximando a mi punto de destino, la temperatura iba subiendo hasta los 2º.
El lunes día 13 fue mi cumpleaños, así que decidí hacerme un buen regalo de onomástica porque la ocasión lo merecía, 57 años no se cumplen todos los días  y me fui a cazar a La Patirroja. Estamos ya en los últimos días de temporada y hay que aprovecharlos al máximo. Se cierra el día 8 de febrero.

Poco antes de las 10 llegaba a El Bonillo. En la casa me esperaba Nicolás. Lo escribí en mi anterior reseña y lo repito en esta: llevar a alguien al lado de compañero de caza como Nicolás facilita mucho las cosas. Se conoce la querencia de las perdices como pocos, no en vano ha sido guarda de caza mayor y menor en una finca de Munera. Poco hay que explicarle de lo que es la caza.

              

Al llegar a la finca, la tierra era pura escarcha, sobre todo, en las zonas más húmedas de la umbría donde los rayos de sol aún no habían penetrado. Sin embargo, a última hora de la mañana, como se aprecia en la foto, ya nos sobraba algo de ropa.
En la finca de al lado habían organizado un ojeo de perdices. Se oía el repicar entrecortado de los disparos.
Nosotros cazamos a palo mata en el mismo lote que el último día. Una orografía ondulada de barrancos, siembras, almendros entre carrascas y esparteras, con una alta densidad de perdices.
Antes de salir, ya me advirtió Nicolás que la perdiz estaba muy fuerte. No se equivocó lo más mínimo. Apeona mucho y da pocas opciones. Yendo uno solo es más complicado porque no mueves tanta caza. Lo ideal es ir un par de escopetas y así puedes tirar a perdices enviadas, sobre todo en las lomas y barrancos, donde el que va por debajo disfruta de lo lindo.
La siembra empieza a despuntar. El verde contrasta con el color rojizo característico de la tierra manchega. Los caminos son un reguero de comida.
El primer lance fue a un conejo que movió Syrah, que anduvo muy fuerte durante toda la mañana, levantando muchos bandos de perdices, sacándolos fuera de tiro, lo que me llevó a desperdiciar muchas oportunidades.
Vimos muchas perdices. Yo creo que de todos los viajes que he hecho a este coto es el día que más perdices he visto. La perra iba loca y yo también. De hecho, nada más empezar la mañana me pegué un buen porrazo. No vi el agujero de una madriguera y me caí de bruces. Aún me dura el hinchazón justo debajo de la rodilla.
Dentro de un pequeño arroyo por donde discurría bastante agua se movieron bastantes tordos entre las zarzas. Otro día que vaya, llevaré plomo más fino. Tirar al tordo al salto es más complicado que en puesto fijo. Rompen muy rápidos y en vuelo zigzagueante.
Erré tres perdices muy buenas y un conejo que arrancó detrás de una retama cuando me encontraba hablando con Nicolás. Otras dos hicieron la torre y las pudimos cobrar. Están muy duras y si no centras bien el tiro, no te haces con ellas.
En la segunda vuelta después del taco, solo pude tirar a dos perdices, colgándome una que Syrah la cobró de ala, tras caer a una siembra y meterse en el monte. La trajo viva. No aprieta nada la caza.
Al final la percha no fue del todo mal: 8 perdices y 1 conejo, tras  más de cuatro horas de caminata. Para reponer fuerzas, paré a tomar algo en el restaurante El Cruce de Barrax, que me pilla a medio camino y me tomé un plato de sopa castellana que me ayudó a sobrellevar mejor el intenso frío de la mañana.