jueves, 15 de mayo de 2014

Nuestra condena más absoluta al maltrato animal


 

La plataforma SOS Galgos en su página de Facebook ha colgado una información que hace referencia a la detención de dos personas en el pueblo pacense de Usagre por maltratar y matar a seis galgos.

Agentes del Seprona han detenido a estas dos personas que han pasado a disposición judicial.  El Código Penal en su artículo 337 prevé penas que van desde los tres meses hasta un año de cárcel. Hasta aquí la información.

Ahora viene la opinión. Y la opinión, una vez más, es la de tratar de incriminar a todo el colectivo de cazadores de estas muertes, que la inmensa mayoría de nosotros no sólo condenamos sino que denunciamos y repudiamos. Decir como se afirma en el antetítulo de la información: "Fin de la temporada de caza … e ilustrar a continuación la información es tanto como afirmar que cuando termina la temporada cinegética los galgueros cuelgan a sus perros.

Como cazador que soy, me parece una atrocidad que se pueda causar daño a un animal, aunque a algunos les pueda parecer una paradoja esta afirmación. Es más, les diré que el Código Penal debería endurecer las penas por maltrato animal porque actualmente son irrisorias y muchas veces basta con una sanción económica  no habiendo pena de cárcel, si el agresor no tiene antecedentes penales. Con lo cual, la mayoría de las veces se resuelve mediante una sanción económica y poco más.

A estos dos individuos que han sido detenidos, confío y deseo que les caiga todo el peso de la Ley.

El maltrato animal es una lacra social que hay que erradicar de nuestra sociedad, concienciando a la gente desde muy pequeños, que una mascota no es un juguete. Cientos de animales son abandonados todos los años. Las perreras están llenas de animales que han sido abandonados por sus dueños. Muchos de los cuales son sacrificados. La adopción es una buena fórmula para evitar que perros o gatos que se hacinan en las perreras sean sacrificados

Los cazadores somos un colectivo que rechaza absolutamente el uso de estas malas prácticas en la caza como ocurre con los galgos, pero me consta porque tengo muchos amigos galgueros que la inmensa mayoría de ellos, adora a estos animales y no les causa ningún daño, más bien todo lo contrario, pero, obviamente, hay desalmados y gente sin escrúpulos en todos los colectivos y por desgracia, la caza, no es una excepción.

Las carreras de galgos congregan todos los años a un gran número de aficionados. De hecho, el campeonato de España lleva varias ediciones celebrándose,  en concreto, 76, con mucho éxito de público. También entre los que no son cazadores.

Me reafirmo y como yo la inmensa mayoría de los cazadores en condenar este tipo de actos salvajes que se cometen contra los animales. Nuestra más absoluta repulsa  ante estos hechos y creo hablar no sólo a título personal sino en nombre de todo el colectivo de cazadores.

domingo, 4 de mayo de 2014

A mi amigo Ramón





 

Aunque me sigue apasionando la caza, salgo mucho menos que antes a practicar mi afición preferida. La razón no es otra que ya no me acompaña en mis viajes cinegéticos mi buen amigo Ramón Ferrero.

Ramón sufrió hace cuatro años un ictus cerebral, del cual se recupera favorablemente. Sin embargo, ya nada es igual.


En los años que llevo cazando no he conocido a una persona que sepa más de caza. Era algo innato en él como el buen estudiante al que le basta leer la lección para aprendérsela al segundo y recitarla de memoria.

Sabía dónde ponerse en cada momento y cómo entrarle a las perdices para no tirarlas fuera del coto y poderles disparar, aunque fuera la primera vez que pisara la finca. Cuántas veces me ha dicho Patri ponte ahí. Y no fallaba. Tenía un sexto sentido.

A parte de una buena escopeta, que lo era, sobre todo, en puesto fijo, torcaz y tordo, Ramón tenía una serie de cualidades para la práctica cinegética envidiables.

Acompañado de su vieja Beretta 303 de la que no quería desprenderse por nada del mundo y de su perrita Perla, primero y Mary después, a las que sólo les faltaba hablar, era un auténtico gustazo verlo disparar, bajando piezas a las que ni usted ni yo, probablemente, se nos ocurriría dispararles. Si tenías a Ramón en el puesto de al lado, rara era la vez que no te doblaba o triplicaba las piezas.

La forma física que fue perdiendo con los años, la contrarrestaba con ese sentido que no se aprende sino que se nace con él. Hay cosas en la vida que se pueden depurar y mejorar, pero otras se tienen o no se tienen y Ramón era esa clase de persona que había nacido para ser cazador, además de un gran aficionado al fútbol, su Real Madrid de toda la vida.

De todos los cotos en los que ha cazado y doy fe que se ha recorrido media España, tenía una predilección especial por uno en concreto: Peñadorada. También yo.

Tenía, además, una gran amistad con el encargado de la finca, Venerando Gómez.

A Ramón le gustaba la caza en el sentido más amplio de la palabra. No sólo disfrutaba cuando llevaba la escopeta, también cuando no portaba el arma. Muchos cazadores lo son sólo cuando llevan la escopeta, olvidándose con frecuencia que la caza es mucho más que llevar un hierro bajo el brazo. Es amor a la naturaleza y Ramón era muy consciente de ello.

Hemos hecho muchos viajes juntos fuera de la temporada de caza para poner comida en los comederos o llenar los bebederos, sin pegar un tiro. Simplemente por el hecho de pasar un día en el campo, disfrutando de la naturaleza. Raro era el día que no me llamara para recogerme e irnos a ver la finca. Fuera a cazar o no.

A Ramón lo conozco más de treinta años. Por aquel entones yo era un joven imberbe que empezaba a cazar, pertrechado con una Franchi repetidora que le compré a mi cuñado por 25.000 pesetas de las de entonces. Fue en un pueblecito de Teruel, Calamocha, durante la media veda.  Un paraíso para la codorniz. Yo iba en compañía de mi padre y de Paco Sanchis.

Con Paco Sanchis empecé mis primeros escarceos cinegéticos.

A raíz de aquel encuentro trabamos una buena amistad que todavía perdura, a pesar de que ahora nos veamos muy poco.

Tengo muchas anécdotas que darían para escribir un libro. Pero de todas ellas me quedo con una.

Fuimos una cuadrilla a cazar al torcaz a una finca de La Mancha. Creo que era en Reolid. Ramón y yo nos pusimos en un campo de maíz. Recuerdo que hacía un calor insufrible. El  maízal estaba regado por unos pivots inmensos que escupían agua por todas partes.  A lo largo de la mañana no entró ni una sola paloma. Cuando llegamos a la casa, el grupo había emprendido viaje de regreso. Normal. Ramón, sin embargo, dijo de quedarse porque la tarde podía ser buena. Yo de haber ido en mi coche me hubiera ido también, pero no era el caso, así que tenía que regresar con él y me quedé. No tenía otra opción.

Después de comer dimos varias vueltas al coto. Empezaba a caer la noche cuando oí a Ramón disparar varios tiros. Los tiros fueron repitiéndose cada vez con mayor intensidad y frecuencia. Me acerqué donde se encontraba y me dijo que me pusiera a su derecha. Un chorro de palomas entraba al dormidero. Nos fuimos con una buena percha cada uno.

A raíz del percance de salud que tuvo Ramón, el grupo se disolvió. Formábamos una buena cuadrilla: Miguel Ferrer, Antonio Chofre, Nacho Espadas, Pepe Mora (padre e hijo), Genaro Ferrero, Colo, Ernesto, Rafael, Salvador Vila, Gonzalo Ferri, Antonio Belda, Miguel Ferrero … A muchos les he perdido la pista, otros por desgracia nos han dejado para siempre.

A Ramón sólo le puedo dar las gracias por haberme transmitido como nadie la pasión por la caza y ese espíritu luchador que conservo y que trato de aplicar en la vida cada día.