lunes, 28 de noviembre de 2011

Primero, los toros; ahora el pichón y después la caza

                           El pasado domingo día 25 se celebró en la localidad valenciana de Alginet el VIII campeonato de Europa de pichón a brazo, que además lo ganó un amigo mío Pepe Mora, tirador y cazador como yo.
La prueba se disputó con normalidad como muchos de los campeonatos que se han celebrado hasta ahora, tanto nacionales como provinciales y congregó a cerca de 350 escopetas. En otras circunstancias hubieran concurrido más escopetas al certamen, pero la situación económica obliga a recortar algunos gastos. Hasta aquí todo normal.
La guinda al pastel la puso una asociación ecologista de nombre Equanimal (¿) que grabó con cámara oculta la prueba y cuyo vídeo se puede ver ya en internet donde ha sido colgado y tiene numerosas visitas. Algunas cadenas de televisión como la Sexta o Antena 3 se han hecho eco de la noticia y han difundido las imágenes.
A mí de entrada que se grabe con cámara oculta, me da igual que sea en este caso o en otro, me parece un acto absolutamente ilegal, que además atenta contra la intimidad de las personas y son muchos los programas de televisión que recurren a este sistema para captar información que de otra forma no podrían hacerlo.
Los comentarios que hacen los internautas, ya se los pueden imaginar ustedes. Cobardes, asesinos, barbaros, salvajes … son algunos de los calificativos más suaves que emplean contra los participantes en esa tirada.
Obvia decir que el cámara se dedica a filmar los momentos más escabrosos de la prueba. Las imágenes se centran, sobre todo, cuando el animal está en las jaulas momentos antes de que el columbaire lo coja para soltárselo al tirador y cuando el animal cae moribundo a tierra después de ser abatido y da los últimos suspiros de vida.
En otro de los planos se puede ver la recogida de pájaros cuando se termina la primera vuelta y obviamente hay cientos de palomos que yacen en tierra.
Vistas así las imágenes pueden resultar escandalosas.
En ningún momento, curiosamente, se capta la imagen, por ejemplo, del pájaro que yerra el tirador y no es abatido que también los hay, pero al realizador del vídeo eso le interesaba poco.
No hubiera estado de más incluir en el reportaje alguna de estas imágenes para compensar un poco y no denigrar la imagen del tirador. Pero la cuestión era otra. Ofrecer la cara más fea o menos amable de este deporte.
Recuerdo que hace unos años eran legales en este tipo de pruebas las replazas donde el palomo sí que tenía entonces pocas posibilidades de salvarse. Aquello se prohibió y ahora el pájaro tiene más opciones, lo cual no sólo me parece perfecto sino justo. A las sociedades de tiro no les gustó demasiado aquella idea porque dejaron de ingresar mucho dinero. Hagan ustedes el cálculo de quince o veinte replazas cada campo de tiro por una media de cuatro o cinco tiradores por replaza. Sin duda, una cantidad importante de dinero.
A mí que soy cazador y tirador, pero no precisamente de pichón a brazo, pero sí de otras disciplinas deportivas, particularmente, no me gusta esta modalidad de tiro como tampoco me gustan los toros.  Pero la solución, desde luego, no es la prohibición. Yo sencillamente no voy y no pasa nada. Respeto al que quiera ir, como respeto al que va a los toros. Faltaría más.
Este mismo talante es lo que echo en falta en otros colectivos, que además hacen baluarte del progesismo como si les perteneciera  y si hablamos de las organizaciones ecologistas aún más.
El tiro de pichón a brazo cuenta con innumerables seguidores y aficionados. La Comunidad Valenciana es pionera en este deporte. A lo largo del año se celebran diversas pruebas como la copa de Europa y la copa del Mundo, además del campeonato de España y de tiradas regionales y provinciales, con mucho éxito por cierto.
Hay que decir para quien no lo sepa que el palomo deportivo se cría exclusivamente para estas competiciones deportivas, al igual que ocurre con el toro de lidia. De no existir las tiradas de pichón o las corridas de toros estos animales dejarían de criarse y por tanto, no existirían. Esa es la pura realidad.
No seamos ingenuos en pensar que veríamos a los toros pastar por los verdes prados. Eso es puro romanticismo trasnochado. Pura utopía.
Todo lo relacionado con el tiro tiene mala prensa. Lo sé. De hecho pocos medios de comunicación por no decir ninguno cubre este tipo de informaciones deportivas reservadas sólo para la prensa especializada. Quizá porque se asocia a la muerte y no es así. El tiro de pichón a brazo es una modalidad deportiva, legal, recalco lo de legal, como el tiro al plato, el tiro a la hélice o el pichón a caja, que ahora quieren criminalizar.

Primer ojeo de la temporada en La Carolina

El pasado día 8 de octubre participé en el que sería mi primer ojeo de la temporada de caza que ahora comienza.
A las 7 de la mañana quedé en el restaurante Los Rosales de Almansa con mi compañero de puesto, Pepe Sala.
Madrugador como el primero, Sala ya se encontraba allí cuando yo llegué, incluso ya había almorzado.
Por delante nos quedaban cerca de 200 kilómetros hasta llegar a Ossa de Montiel, en concreto al coto La Carolina.
Pero el hecho de ir dos en el coche, yo que acostumbro a ir solo, se hace más llevadero.
Afortunadamente, tampoco hubo niebla durante el trayecto, así que el viaje no resultó del todo pesado.
Poco antes de las 9 de la mañana ya estábamos en Ossa. Poco a poco fueron llegando cazadores y ojeadores.
Pasadas las 9 llegaba mi amigo Ramón Ferrero acompañado de su hijo Genaro que venía ex proceso de Girona. Yo aún le sigo llamando Genarito a pesar de que ya pasa de los 30. Pero lo conozco desde que era un crío y para mí siempre será Genarito aunque tenga 70 años. Ha sacado la misma afición que su padre.
Isaac, uno de los organizadores del ojeo, llama a los cazadores para que vayan cogiendo número. Dentro del sombrero están las papeletas. En total éramos doce escopetas distribuidos en seis puestos. Antes de cada ojeo se procede a sortear los puestos.
Se soltaron perdices tanto en el coto La Carolina como en La Sierrecilla, pero Fran consideró mejor dar el ojeo en La Carolina debido al cambio en la dirección del viento. Soplaba levante. Es muy importante tomar en consideración el viento porque dependiendo de éste las perdices pueden entrar a los puestos o escurrirse, con lo cual el ojeo sería un fracaso. La perdiz siempre vuela a favor de aire.
En el sorteo nos toca el número dos. Soy yo el encargado de coger número. No sé si bueno o malo. La suerte está echada. Veremos más adelante que nos depara la jornada.
Las perdices fueron soltadas esa misma mañana, a pesar de que tanto Fran como Isaac decían lo contrario. No se vieron en ningún momento pisadas en los caminos con regueros de trigo o cerca de los comederos que hicieran creíble que las perdices llevaban varias semanas en el monte como ellos aseveraban.
Tanto mi amigo Ramón como el propio Sala, gatos viejos en estos menesteres de la caza, ratifican lo que yo les cuento ahora.
Dicho esto, la finca reúne muy buenas condiciones, tanto una como otra, para la suelta de perdices por la orografía del terreno con barrancos y vaguadas. Sabinas, carrascas y romeros pueblan el monte.
Cuando faltaban pocos minutos para las diez, ya nos encontrábamos en el puesto. Nos acompaña, Ángel, que hacía las funciones de secretario. Viene con él su perro Xulo, una mezcla de dálmata y labrador que se está iniciando en la caza y que tiene mucha afición.
En los puestos contiguos al nuestro se empiezan a oír los primeros disparos.
Comienzan a entrar las primeras barras de perdices a diferentes alturas y desde todos los lados y ángulos imaginables. Al ser dos en el puesto nos organizamos para no molestarnos en los tiros, de tal manera que uno tira a las perdices de la derecha y el otro a las de la izquierda y así no nos precipitamos tirando que suele ser lo que ocurre cuando se comparte puesto. Muchas veces por querer tirar antes que el compañero yerras el tiro.
Sala que entró algo nervioso al primer puesto fue cogiendo el pulso conforme avanzaba el ojeo.
Hacemos una buena percha entre los dos: 11 perdices.
Echo en falta a mi perrita Sénia que esta vez no me acompaña porque no está habituada a los ojeos y para ello se requiere un perro que aguante en la postura y no moleste.
En el segundo ojeo que a priori era el peor porque nos tocó punta tampoco fue tan mal y hacemos igualmente una buena percha. No recuerdo el número de piezas, pero eso poca importancia tiene.
Pensábamos que la perdiz tendría querencia a ir al centro, normalmente los puestos centrales son los mejores, pero no fue así. Esto de la caza no son como las matemáticas donde dos y dos son cuatro.
Venera que estaba a nuestra izquierda nos corta más de una perdiz con doblete incluido. Tener tiradores así te pueden amargar una jornada de caza, pero no fue este el caso. Venera, además de buen amigo mío es un excelente cazador y tirador, ambas cosas a la vez.
El taco estaba previsto después del tercer ojeo. Un poco tarde, la verdad. Desde las 7 de la mañana no nos habíamos echado nada a la boca. Sala estaba exhausto.
El tercer ojeo no sé si por el hambre que teníamos encima o por otra razón, resultó muy flojo. A penas entraron perdices.
Isaac que se percata que las perdices no están entrando a los puestos y que se le están escurriendo del grupo de ojeadores que abate la zona por la derecha viene a dónde estábamos nosotros y me pone a mí para cerrar ese ángulo. Consigo tirar a cuatro o cinco perdices que de otra forma no hubiera hecho. Abato alguna de ellas muy largas.
Pasada la una del mediodía comenzamos el taco que luego sería también la comida, dado lo avanzado de la hora.
Pepa, madre de los Venera, es la encargada de preparar los guisos. Excelentes, por cierto. Incluida una sopa de perdiz que yo no había probado en mi vida y que estaba deliciosa. Y es que en el campo todo sabe diferente. En la mesa había de todo: Rabo de toro, careta de cerdo, morcilla y longaniza, jamón y queso, tortilla de patata, poco hecha como a mí me gusta. Le tiene cogido el punto. Vino de La Mancha, como no podría ser de otra forma, mezclado con algún Rioja.
Tras el taco vuelta a los puestos. En esta ocasión cogemos los coches, ya que vamos a otra zona de la finca que queda algo lejos.
El ojeo toca a su fin y ya sólo nos queda el último. Aquí a pesar de estar en un llano con muy buena visibilidad las perdices cogieron altura. No había encinas ni carrascas que molestaran. Así que las veías venir de muy lejos. Sin embargo,  a mí  me gustan más los barrancos que los llanos. La perdiz entra con más dificultad cuando coge altura.
 Finalizado el ojeo se procede al reparto de las piezas que igualmente se sortean y cada cazador se lleva las suyas. Da igual que uno mate más o menos. Como buenos compañeros, todos los cazadores se llevan el mismo número de piezas. Eso sí, según el lote que te toque unas pueden estar más estropeadas que otras.
Con el gusanillo todavía en el cuerpo por ser el primer día de caza le propongo a Sala seguir cazando por la tarde. Me dice que por el no hay problema. Llamó a Tomás de Casa Emilia en El Bonillo para preguntarle si podíamos ir y para allí que nos fuimos sin perder tiempo. Día completo.   Ojeo por la mañana y caza en mano por la tarde. Se puede pedir más?.                                                         


                                                                                

Primer día de caza en Fontanars

Al final los buenos augurios no se cumplieron y la primera jornada de caza de la temporada anduvo bastante floja.
Salí con mis buenos amigos y excelentes cazadores, Eduardo y Amadeo Ferrandiz. Otro habitual de la cuadrilla, Mauro Cabanes, se quedó esta vez en casa a causa de la gripe. Me consta que ya se encuentra mejor, así que el próximo domingo se unirá al grupo.
A las 7,30 de la mañana, ya estábamos en el campo, si bien hubo que esperar unos minutos a que amaneciera.
Los primeros disparos no se hicieron esperar.
Cogimos la viña del ribazal. Un campo de tempranillo en vaso. Sabíamos que ahí había algún bando. Unas semanas antes lo habíamos visto y era bastante completo. Yo llegué a contarle 14 ó 15 pollos. Eduardo y Amadeo iban de puntas.
Nada más salir del coche veo peonando las perdices por delante de Eduardo. La viña aún no ha perdido la hoja y la visibilidad es escasa. Le marco las perdices.
Eduardo que está al tanto se percata de mi gesto.
A los pocos minutos arranca el bando y consigue derribar una. Bien Edu, exclamo yo.
Continuamos la marcha por la viña. A continuación nos dejamos caer por un barranco y cazamos la zona del pla.
Amadeo prueba un torcaz que iba a las nubes y ni se inmuta. Muy alto, le digo.
Mientras tanto, las perdices ni verlas.
Eduardo que va por abajo tumba en el mismo campo una liebre y un conejo. Se entretiene un rato cobrándolos, pues no lleva perro, pero otro cazador de otra cuadrilla se hace con ella, tanto es así que se la había echado al zurrón. La insistencia de Eduardo al preguntar repetidamente por la liebre que iba pinchada al final da resultado y la liebre aparece.
Amadeo y yo esperamos mientras tanto en la otra punta del bancal.
La mano se detiene cuando uno de la cuadrilla se para por alguna razón, bien sea para atarse las botas o para cobrar una pieza. Y es que cazar con esta gente da gusto, aunque en este caso la caza brille por su ausencia. He cazado  con personas que se dicen cazadores que nada más bajar del coche ya la has perdido de vista.
Proseguimos la caminata. Andar dentro de la viña no resulta del todo incómodo, pues la mayoría de los campos están aún sin labrar y el terreno está duro como una piedra, quitando algún que otro campo que ha sido desfondado.
El calor va haciendo mella. Aún no eran las 10 y el calor ya empezaba a ser insoportable. No es bueno para la caza que haga tanto calor.
Nos dirigimos hacia los coches para almorzar.
Eduardo y Amadeo sacan el almuerzo y la bebida que comparten amablemente conmigo. Edu que ya me conoce y sabe que soy un despistado siempre coge una barra de pan más y una lata de atún. El bocadillo sea el que sea no sabe igual en el campo que en la barra de un bar. De hecho, yo en el campo soy capaz de tomármelo hasta de membrillo, que detesto. Da igual que el pan esté congelado o  que el atún no sea Calvo, aquello sabía a gloria bendita.
Durante el almuerzo comentamos que con este calor hubiera sido preferible retrasar la apertura de la veda un par de semanas más para que la perdiz esté más fuerte. También lo idóneo de limitar el número de tiros a dos como en muchos sitios ya se hace. Edu me comenta que ya lo propuso en la asamblea y que tras insistir en que se sometiera a votación, tampoco querían, finalmente ganó el no, o sea, proseguir con los tres tiros como hasta ahora. Tras la “charraeta” de rigor llega el momento de levantar la mesa.
De momento, Eduardo ya llevaba en el zurrón una perdiz, una liebre y un conejo. Amadeo y yo como se dice en la jerga, pala.
Visto lo visto, decidimos coger los coches y cambiar de zona, a ver si así se nos daba mejor. Había que intentarlo, al menos.
Aparcamos a la orilla de un camino y entramos a una viña. Nada más pisarla Amadeo abate su primera pieza del día, una liebre.
Doble suerte. Abatirla y estar cerca del coche.
En plan jocoso le digo que las liebres hay que abatirlas al salir o al llegar al coche, pero nunca lejos de él para no tener que cargar con ellas.
Dicho y hecho.
A los pocos minutos de Amadeo llenar el zurrón, ahora la ocasión es mía.
Una liebre que viene cruzada huyendo de Eduardo que iba de punta cruza por el radio de muerte y consigo abatirla de un certero disparo.
Voy al coche que estaba a pocos metros para no cargar con ella.
La profecía se cumple.
De momento, ya no hacemos pala ni Amadeo ni yo. Tal y como se presentaba el día no estaba nada mal, a tenor de cómo se habían dado las primeras horas.
Yo barruntaba que me iba a casa de vacío.
Seguimos andando por la viña y antes de terminar el campo me sale otra liebre que engancho por detrás y que Amadeo a falta de perro termina por derribar, si bien el animal tenía poco recorrido.
Eran casi las 11 cuando llega el momento de sacar los perros. Aquí nos separamos. Edu y Amadeo se van a otra zona y yo decido quedarme cerca de casa, pues no tenía intención de cazar mucho tiempo más.
Saco a mi perrita Sénia que estaba ansiosa por salir al campo, no siendo consciente del calor que hacía. Cojo la viña del transformador y al final del emparrado abato un conejo.
Tenía intención de coger un par de campos más cuando me encuentro con otra cuadrilla que veían cara a mí, así que decido regresar a casa. Además, con el calor que hacía no apetecía demasiado seguir en el monte. Tampoco para el perro que lo pasa fatal con estos calores impropios para esta época del año.
Ya de regreso, yerro una liebre. De primer tiro la podía haber abatido y el segundo fue intuitivo porque la perdí entre tanto espesor.
Sénia agradece la decisión de retirarnos, pegándose un chapuzón en la piscina.
Fin de jornada.
A la una nos vimos en el bar del pueblo para comentar los últimos lances, poco que contar pues la jornada había sido bastante aciaga.
No obstante y como la pasión como cazador nos puede, ya estoy  deseando que llegue el domingo para reunirme de nuevo con la cuadrilla y dar una vuelta por el campo. Y si es posible poder tirar a las patirrojas.
                                                         

Peñadorada: paraíso cinegético

Tengo dos amores confesables. De los otros prefiero no hablar. Uno es la Sénia – la finca donde vivo y que me dejaron mis padres en herencia- y el otro es Peñadorada. Hace muchos años que cazo en este coto enclavado en el corazón de Castilla-La Mancha y nunca deja de sorprenderme y siempre para bien.
Este año estoy cazando en él durante la media veda. El año aunque ha sido malo para las torcaces, mi amigo Ramón Ferrero ha disfrutado y ha hecho perchas memorables. Eso sí, paciencia tiene un rato. Yo no. Y la clave para pasar un buen día de torcaces es armarte de paciencia algo que a mí me falta.
Personalmente prefiero salir acompañado de mi perrita Sénia, una preciosa labradora, y patearme el campo en busca de codornices. Este año no se ha dado mal y además, las condiciones acompañaban: trigo, paja y agua. Con estos tres elementos es difícil fracasar, siempre y cuando te acompañe la puntería, pero eso ya depende de uno mismo y de las horas que uno le dedique a la escopeta.
No se crean, que aunque las codornices tienen un tiro fácil también se yerran, si no que me lo digan a mí que este jueves me tragué más de una. Esto es lo atractivo también de la caza.
El coto tiene unas condiciones naturales magníficas para la práctica cinegética. Este año tiene agua en abundancia lo que lo hace realmente atractivo para las migratorias, especialmente para los patos. También para la codorniz.
 En esta época del año se cuentan por miles, las ánades, sobre todo, azulones, que pernoctan en la laguna. Es una delicia pasearse por allí. Oír el aleteo de los patos cuando arrancan del agua y levantan el vuelo en forma de uve, escuchar el croar de las ranas o ver a las garzas remontar el vuelo. Un espectáculo propio de los mejores reportajes de la 2 o del mismísimo national geografic. Y no exagero un ápice.
                                    
Es llano y muy cómodo de cazar, sobre todo, para los que vamos cumpliendo años y ya no estamos para subir y bajar barrancos.
El río cruza la finca. A la altura del barranco ya se puede ver el agua correr. La vegetación es monte bajo, romeros y sabinas. Inmejorable para cazar.
 La perdiz es autóctona y hay que pelear mucho para dar con ellas. A diferencia de la mayoría de los cotos, allí no se suelta una perdiz de granja.
En Peñadorada tienes la certeza de que la perdiz que va al zurrón es del terreno. Y eso hoy en día no tiene precio, al menos, para los que nos gusta la caza auténtica, que no somos muchos dicho sea de paso. Hay mucho matarife que gusta pasearse con la percha a rebosar aunque sean de bote.
                                                    
El coto es propiedad de Baltasar, si bien la gestión del mismo corre a cargo de Fran e Isaac, hijos estos de Venerando Gómez, quien desgraciadamente nos dejó hace un par de años, pero que supo transmitir a sus hijos la pasión por la caza y por las cosas bien hechas. Y de una buena gestión depende el éxito o el fracaso de cualquier coto.
El conejo ha diezmado mucho la población siendo un coto excelente para la caza de los rabudos. El hábitat no puede ser mejor: comida en abundancia y majanos por doquier. Sin embargo, la enfermedad ha entrado con fuerza, concretamente, la mixomatosis y ha reducido mucho su número, si bien empieza a recuperarse poco a poco y ya se van viendo gazapos correteando por el monte, lo  que presagia una pronta recuperación y una buena noticia para los miles de aficionados a esta caza.
Cuando se abre la veda, el 8 de octubre, es conveniente llevar en el coche cartuchos para el tordo. En cualquier momento te puedes encontrar con una entrada de tordos espectacular. No es la primera vez que alguien lamenta no haber echado más cartuchos en el coche, sin ir más lejos quien suscribe estas líneas.
En Peñadorada he vivido mis mejores lances como cazador, imágenes que perduraran por siempre en mi memoria. Ojalá lo siga disfrutando muchos años más.

Otro día de caza en el Bonillo

Había invitado a mi amigo Genaro a cazar al Bonillo. Hacía tiempo que se lo había prometido y había llegado la ocasión. Llevábamos toda la semana hablando de ello como si fuéramos dos niños.
Genaro trabaja en Girona y hace poco tiempo que ha sido padre de familia.
Viene muy poco a Valencia por motivos de trabajo y cuando lo hace, lo que más le apetece es ir a cazar. Ha sacado la misma afición que su padre.
El sábado tenía trabajo en el almacén, así que quedamos en ir el domingo.
Sin embargo, finalmente no pudo ser. Tenía al pequeño con fiebre. Y ya se sabe que pasa con los nanos y sobre todo si son primerizos. Luego parece que los constipados se les curen solos.
Como no hay dos sin tres, Pepe Sala que es un habitual en mis jornadas de caza me esperaba impacientemente en Almansa, junto a otro amigo común, Pepe Tortosa.
Aún no eran los nueve de la mañana cuando Pepe Sala ya me estaba llamando por teléfono para decirme que estaban esperándome en Los Rosales.
Cuando llegué a Almansa algo extenuado por las prisas, ya habían almorzado. Me zampé un croasan y un vaso de leche y con el estomago lleno emprendimos el viaje.
Allí nos esperaba Tomás y Lorenzo, la persona encargada de acompañarnos en esta ocasión. El hijo de Tomás no pudo venir con nosotros, ya que estaba con otra cuadrilla de cazadores vascos.
El terreno estaba inmejorable para cazar. Había llovido bastante a lo largo de la semana. Falta le hacia al campo. Llevábamos varios meses que el agua sólo la veíamos cuando nos la servían en un vaso.
Sobre las 11 empezamos nuestro periplo cinegético. Me echo dos cajas de cartuchos al chaleco y me quito la sudadera, algo que agradecería más tarde, pues durante la mañana hizo bastante calor.
Monto la escopeta. Una Mateo Mendicute de dos gatillos. Me he acoplado muy bien a esta escopeta, a pesar de los dos gatillos. Desde hace unos años cazo con paralela. No quiero saber nada de repetidoras. Hace años que la vendí y la verdad es que no la echo de menos.
A Tortosa le acompaña una preciosa braca de año y medio, llamada Sara que era la primera vez que cazaba con él. La tiene apenas dos días y acaba de comprarla a un criadero.
Pepe Sala iba con su perra laica, otra braca alemana muy curtida ya en esto de la caza y que le hizo pasar a Pepe unas de las mejores jornadas de caza que recuerda, como más tarde me confesó.
Conmigo como siempre, mi inseparable Sénia.
Empiezo la mañana errando una perdiz que me manda uno de los compañeros y que como se dice en estos casos se va a criar.
Era un tiro fácil, pero que inconcebiblemente fallo. Perdiz que viene enviada y que dejo pasar para tirarle de culo, tipo tiro al plato. El tiro se me va bajo. Me doy cuenta del fallo, pero tarde. Hago bien el swing, pero yerro el tiro. Que se le va a hacer.
Al poco rato, Sénia me cobra un tordo de ala seguramente de otro cazador.
Pepe Sala que iba por el linde va tumbando perdices muchas de ellas con la perra de muestra. Esta perdiz aguanta bien la muestra del perro.
A Tortosa lo oigo constantemente llamar a la perra. Mal asunto cuando se le llama tanto. Anda un poco despistada levantando perdices. Se alarga demasiado, a pesar de llevar collar. Son perros muy fuertes.
La perrita tiene aptitudes. Muestra bien, pero no entrega las piezas. Hay que darle tiempo. Pero los cazadores muchas veces somos demasiados impacientes y lo queremos todo de hoy para mañana. Y la caza es una cuestión de tiempo. Y cuando hablamos de perros, más si cabe.
Yo encadeno ocho perdices seguidas sin errar ninguna con doblete incluido, si bien una se me va de ala.
Sala hace lo propio y va llenando el zurrón hasta 15 que cobraría.
Laica saca un conejo encamado que persigue junto con Sénia. Pasan por delante de mí, perros y conejo. Lo dejo pasar para no estropearlo. Consigo tirarle un tiro, pero no me atrevo con el segundo porque lo llevaban muy cerca de la boca. En estos casos es preferible no tirarle antes que poner en riesgo la vida del perro. Finalmente, lo cogen los perros, más por agotamiento que por otra cosa. El conejo no llevaba ni un plomo en el cuerpo.
Cerca de una casa abandonada, apunto a varios palomos, pero no les tiro. Hoy era día de perdices. Los palomos los reservamos para otro día. Habrá ocasión para ello.
Pepe Sala y Lorenzo, el acompañante, cogen lo alto de una loma. Mientras tanto, Tortosa y yo esperamos a que den la vuelta para coger la mano juntos. Esto es lo que se debe hacer cuando se caza en grupo.

Pepe Sala (dcha) con alguna de las perdices abatidas durante la cacería en El Bonillo.
Como tardaban en venir y eran casi las dos del mediodía, decido coger un perdido. Del campo de almendros vuelan varias perdices que pasan cerca de donde está Tortosa. Le grito para avisarle, pero no me oye. El bando de perdices cruza la carretera sin inmutarse.
De haber estado atento podía haber derribado alguna. Le entraron tipo ojeo, pero andaba más pendiente de la perra que de la caza.
Al terminar la jornada Emilia nos prepara uno de sus suculentos guisos: alubias con perdiz y ternera al chilindrón. De postre: tarta de dos chocolates. Y para aderezar tan suculenta comida un Muga Crianza, no había MC, de bodegas Marqués de Cáceres.
En la mesa de al lado, los cazadores vascos. Para beber: vino. Pero no un vino cualquiera en un formato cualquiera. Remelluri en botella, en este caso, botellón de 30 litros. Cuando les pregunto si eran de Bilbao, me dicen que sí. Obvio. De Bilbao, claro. Yo todo lo más que he consumido es un magnum de litro y medio. Entre varios, claro. No vayan a pensar ustedes que soy un borrachín.
Bien comidos y bien cazados es el momento de regresar a casa

Mi primera becada

Aquella mañana del sábado 23 de enero me levanté a las 6 de la madrugada. Habitualmente es la hora a la que me despierto cuando me voy a cazar. Había madrugado la noche anterior, así que se me pegaron las sábanas. Cogí a mi perrita Sénia, una preciosa labradora de tres años y la subí al coche. A los pocos kilómetros me detuve en un bar de carretera que frecuento habitualmente a tomar un vaso de leche con Cola Cao y dos ensaimadas. La mañana prometía, así q me pedí un bocadillo de jamón.
Subí al coche. Por delante me quedaban cerca de 200 kilómetros hasta llegar a mi punto de destino: Ossa de Montiel.
Afortunadamente, no hubo niebla ese día y el viaje fue tranquilo. A las 9 en punto de la mañana, ya estaba en el coto. Puntualidad británica. Esperé unos minutos más de cortesía por si venía alguno de mis compañeros del coto a cazar. No fue así. Allí no apareció nadie. A estas alturas de temporada la gente se lo piensa dos veces antes de subir a la Mancha. Monté la escopeta. Una Mateo Mendicute de dos gatillos con la que llevo cazando poco más de un año y a la que me he adaptado muy bien, pues siempre había tirado antes con repetidora. Me puse el chaleco y las botas porque el terreno estaba muy embarrado después de las últimas lluvias. Me tiré una caja de cartuchos al cinto y bajé a la perrita que estaba ansiosa por salir, al igual que yo.
Conmigo llevaba también la cámara de fotos para inmortalizar algunos lances.
Decidí coger el linde de la derecha. Anduve bastante antes de abatir la primera pieza. Un conejo. Llegué hasta la laguna que está a rebosar de agua y ahí tuve q retroceder, pues el agua hacia muy difícil atravesarla sin mojarse los pies y todavía era muy pronto para andar con los pies mojados. De regreso al coche dí por casualidad con una zona muy poblada de conejos. Y lo que no había hecho en una hora de caminata lo hice en poco más de unos minutos y llené el zurrón. Cuatro más cayeron.
Entré en el monte y tuve la fortuna- también de casualidad- de dar con la que sería mi primera becada. El lance no fue espectacular como suele ocurrir las primeras veces. También en la caza. De lo alto de una sabina oí el aleteo inconfundible de una becada. El vuelo zigzagueante de la sorda la delató. El disparo fue certero y cayó dentro de un romero. La perrita se percató enseguida del lance y la cobró. También para ella era su primera becada aunque no lo parecía por las tablas que demostró.
En los años q llevo cazando – mas de treinta si no recuerdo mal- es la primera vez que mató una becada. Junto al faisán era la pieza de caza menor que se me resistía. No había tenido ocasión hasta hoy de disparar a ninguna.
Llegué al coche y descargué las piezas que llevaba y repuse fuerzas.
Ahora me tocaba coger el linde de Peñarubia. La ventaja de ir solo es que no tienes que dar explicaciones a nadie y si lo haces mal nadie te lo recrimina.
Veo en el sembrado un bando de perdices que huyen despavoridas, sin dar opción a nada más.
Continúo cazando. Cojo una loma muy buena, muy querenciosa para las perdices, pero cubrir un radio tan grande uno solo es muy complicado. Al llegar al final de la loma vuelan las patirrojas y cruzan a una velocidad pasmosa la laguna, perdiéndolas de vista.
Bordeó la laguna por si hubiera alguna becacina. Pero no tengo suerte. Tampoco vuela ningún pato.
Al volver a coger el linde de Navalcaballo veo otro bando de perdices q se tiran a una vaguada. Salgo corriendo tras ellas y al asomarme las veo de peón. La ética del buen cazador me hace no disparar en ese momento y esperar a que alcen el vuelo. Y es lo que hice, pero lo que ocurre a continuación mejor se lo cuento después de la publicidad. Bromas a parte. Lo que ocurrió es que erré una de las mejores perdices que recuerdo como cazador. Pero así es la caza y eso es lo que la hace tan atractiva y emocionante a la vez.
Me repongo del sofocón y abato un conejo a más de cuarenta metros. Eso me eleva el ego y la autoestima, que la tenía por los suelos.
Llegando al linde de Navalcaballo, la perra se queda de muestra en una mata de romero.
De aquella mata no salió un conejo que era lo que yo esperaba sino un macho a los que le vi todos los colores.
Resulta muy difícil hacer una muestra a una perdiz salvaje y allí estaba yo, viéndolo y viviéndolo en primera persona.
Le solté dos tiros muy precipitados y como se dice en estos casos la perdiz se fue a criar.
El ego otra vez por los suelos y la autoestima, ya no se sabe ni dónde.
Bueno, pues allí me encontraba yo. A la otra punta del coto, desolado y con tres cartuchos en el chaleco.
La perra saca un conejo que yerro y que se lleva otros dos tiros. Desesperación absoluta.
Con un cartucho en el bolsillo y a más de una hora del coche. Ése era el panorama que me esperaba, tal y como se lo describo sin exagerar un ápice.
La perra saca otro conejo que esta vez no corre tanta suerte. El conejo da varias volteretas antes de que lo coja la perra.
Los cartuchos ya se habían terminado y ahora tocaba llegar al coche lo antes posible. Para evitar tener que dar toda la vuelta al coto – con cartuchos en la canana hubiera sido diferente- decidí acortar, para lo cual tuve que descalzarme y cruzar el río. Al meter los pies en el agua, casi se me corta la respiración. Con mucho cuidado para no resbalar conseguí cruzar la laguna.
Buscando caminos y evitando coger el monte, llegué al coche. Pasaban de las dos del medio día y el día tocaba a su fin. Bueno, casi.
Tenía intención de quedarme por la tarde al pato. Y es lo que hice. Pero eso mejor se lo cuento  otro día.



Ojeo en La Sierrecilla

Este sábado anduve de ojeo. El escenario: Ossa de Montiel. La Finca: La Sierrecilla. Los organizadores: Fran e Isaac.
Fran e Isaac son hijos de Venerando Gómez, una institución en el mundo de la caza en Castilla La Mancha  y  que lamentablemente nos dejó hace un par de años, pero  que supo transmitir a sus hijos la pasión por la caza.
A las 6 de la madrugada sonó el despertador. La anoche antes preparé todo lo necesario para ir al ojeo. Eché un vistazo a la previsión del tiempo, pero por si acaso el chubasquero siempre me acompaña, aunque esta vez hubieran sido más útiles las gafas de sol y el bañador.
A las 8,30 llegué a Ossa de Montiel. El viaje, bastante tranquilo. La carretera poco transitada y algunos bancos de niebla.
Pasado Barrax, control de velocidad de la Guardia Civil. Justo en el momento de pasar junto a ellos estaban colocando el coche con el radar en un sitio estratégico para “cazar”- nunca mejor dicho- a los conductores q sobrepasen la velocidad, en una carretera, dicho sea de paso, que no reviste ninguna peligrosidad.
Para q se hagan una idea, les describo someramente la situación. El coche se encontraba camuflado tras una mata espesa y alta y situado en una recta en la que no se pueden rebasar los 100 kms/hora. Unos metros más adelante se encontraba otro coche patrulla encargado de hacer el alto. Estamos próximos a la Navidad y hay que recaudar como sea. No encuentro otra explicación.
No es necesario que les diga que cuando el radar está funcionando la mayoría de los coches que transitan por esa carretera caen con mosquitos. Afortunadamente, no fue mi caso.
Dejando a un lado esta anécdota, vamos a lo q nos ocupa y preocupa. La Caza.
A las 9 en punto nos vimos en una conocida churrería de Ossa, donde desayunamos unos espléndidos churros con chocolate. Aprovechamos que nos encontrábamos allí todos para hacer el sorteo.
Entre los cazadores que acudieron al ojeo, me alegre enormemente de ver a mi buen amigo y gran cazador Ramón Ferrero, bastante recuperado del infarto cerebral que sufrió el mes de marzo pasado. Le acompañaba su hijo Ramón.
No podía faltar Rafael Albelda – el marqueset- y su hijo Rafa, asiduos a este tipo de cacerías.
Tras terminar el último suspiro de chocolate, subimos a los coches y nos dirigimos a la finca.
Entre unas cosas y otras, hasta las 11 no estábamos en los puestos. El secretario encargado de acompañarme en esta ocasión, como en las otras anteriores, es Horacio y sus dos perros, un bretón y un podenco, llamado Xulo que recogió abandonado con a penas unos meses y que promete mucho, pues no deja perdiz en el monte. Listo como el solo. Tampoco el bretón se queda atrás.
Comienzo errando las primeras perdices de la mañana.
Esta modalidad de caza parece fácil, pero requiere de técnica como cualquier otra y hay que correr bien la mano sino los tiros se quedan traseros. Las perdices entran a los puestos a mucha velocidad y hay que adelantar mucho el disparo si quieres bajarlas.
La perdiz que entra de pico tiene también su intríngulis.
Lo más emocionante es oír a los ojeadores aproximarse a los puestos de ojeo. Es apasionante.
Fran es uno de los que va en la cuadrilla haciendo de bandera junto al resto de ojeadores. Es muy importante batir bien la zona porque el éxito de la cacería depende de cómo se haga el ojeo. Las perdices son muy querenciosas y hay que entrarles bien sino se escurren y no entran a los puestos para desesperación de cazadores y ojeadores.
El buen saber y hacer de Fran hace que el ojeo sea un éxito.
Las perdices se dirigen a los puestos como proyectiles para disfrute de los cazadores.
Entre ojeo y ojeo, parada obligada es el taco.
Pepa, madre de Fran e Isaac, es la encargada de preparar la suculenta comida. Espléndida como siempre la tortilla de patata. El jamón, el queso y el buen vino no podían faltar en la mesa.
Con la barriga llena, prosigue el ojeo.
Las perdices volaron bien y dieron su juego.
Los perros ayudan a cobrar las perdices abatidas, aunque a Horacio es difícil que se le pierda alguna.
El ojeo está llegando a su fin y apuramos los últimos disparos.
El cara y cruz último prometía mucho, sin embargo, entraron pocas perdices, al menos, en el puesto en el que yo me encontraba. A priori era el mejor de todos, ya que los puestos estaban situados dentro de un barranco y la perdiz cogía mucha altura.
Ya en los coches procedimos a hacer la foto de rigor y a repartir como buenos compañeros las perdices abatidas

De caza en El Bonillo

El hecho de haber sufrido quemaduras de primer grado según el diagnostico del médico que me atendió no impidió que me fuera a cazar.
Tras pasar una jornada de caza en Peñadorada tirando a las palomas, cogí el coche y me dirigí a un pueblo cercano a Ossa de Montiel que se llama  El Bonillo, concretamente a la finca de caza intensiva Casa Emilia que regenta Tomás Martínez.
Antes de salir a cazar repongo fuerzas y Emilia, su mujer, me prepara una fideúa de primero y bacalao con tomate de segundo plato. De postre unas deliciosas natillas caseras.
El coto dispone de restaurante y casa rural. Suele haber pescado fresco, normalmente dorada, lubina o pescado de temporada. Emilia tiene muy buenas manos para los fogones. Por encargo, si quieres, te hace unas migas para chuparse los dedos. También se atreve con el arroz, a pesar de estar en tierras castellano manchegas.
Tras un pequeño receso de apenas unos minutos emprendemos la salida. Me acompaña en esta ocasión el hijo de Tomás que también se llama como su padre y que ese día casualmente había salido antes del colegio. También, cómo no,  Sénia y un cachorro de labrador de nombre León, propiedad de Tomás de apenas seis meses, pero que ya es conveniente sacarlo al monte para que se acostumbre a los tiros y se inicie en la caza.
Al pagar a tanto la perdiz todas las cuadrillas llevan un acompañante que se encarga de llevar las perdices del grupo y de contar el número de perdices abatidas. Pese a ser un coto de caza intensiva la perdiz que suelta Tomás es bastante buena en comparación con lo que he visto en otros cotos. Lleva varias semanas en el monte y es una perdiz fuerte, de estampa bonita, de patas y pico rojo como mandan los cánones, que peona mucho y da mucho juego al cazador. Además, el cazadero, cerca de 1500 has, es bueno con lomas y barrancos y algún perdido de almendros y viña.
Sin embargo, hace falta que llueva para que la perdiz cambie la pluma, permude, y coma verde, no solo pienso. De esta manera cogerá más fuerza. Aún hace demasiado calor y no ha llovido en varias semanas, yo diría que incluso meses, y la perdiz se resiente por ello. Tal es así, que se aproximan a la casa a beber de los goteros que hay junto a los árboles que rodean la masía. Tomás no es partidario de poner bebederos porque dice que transmiten enfermedades. En fin, él es el entendido y sabe más que nadie de estas cosas.
Tardamos en tirar a las perdices. Bromeo con Tomás y le digo si han soltado perdices o todavía están en la jaula.
El conejo se ha recuperado algo tras un año muy malo debido a la mixomatosis. Pero no es momento de tirar a los conejos sino a las patirrojas.
Vuela algún que otro torcaz de las carrascas, pero ninguno a tiro. Dada la hora que es todavía están sesteando. Estos animales saben guardar las distancias. Al ir cazando en mano salen largos. De las carrascas sale también algún que otro tordo, pero también fuera de tiro. Es complicado tirar a los zorzales al salto, prefiero hacerlo en puesto fijo.
Tras un buen rato por el monte, sin pegar un tiro y con un calor sofocante, Sénia se queda de muestra en un ribazo. Arranca la perdiz y como un pasmarote me quedo mirándola y lo que suele ocurrir en estos casos: levanto la cara y yerro el tiro. Mal comienzo.
Tomás que es muy prudente no dice nada.
Continuamos.
Debido al calor que hace la perdiz aunque sea de granja y que de tonta no tiene un pelo o mejor dicho una pluma se resguarda bajo las carrascas, buscando la sombra.
Afortunadamente, encontramos una pequeña acequia que lleva algo de agua. Aprovechamos para que los perros se refresquen y beban. Aquello era algo parecido a encontrar un oasis en el desierto. Nadie diría que estamos en otoño.
Ni Tomás ni yo nos acordamos de coger agua, así que a nosotros nos tocará esperar hasta que lleguemos a la casa. Bien merecido por no ser previsores.
Empezamos a ver los primeros bandos de perdices. Se cuentan por decenas. Esta vez estoy más certero y tumbo una que la perra tiene que bajar barranco abajo para cobrarla.
La jornada se está dando bien, a pesar del calor.
Lo bueno de este coto es que tienes que patear el monte para dar con las patirrojas. No salen a batiburrillo y sobre todo, y esto es lo importante nunca tienes la sensación de que estás tirando a perdices de granja. Y conforme avance la temporada esta sensación es mayor. Otros años yo he ido al Bonillo a partir del mes de noviembre. La perdiz está más hecha. Hay muchos cotos ya en España, incluso sociedades de cazadores, que retrasan la apertura de la veda, concretamente la caza de la perdiz, al mes de noviembre.
Se ve revolotear mucha paloma. Sobre las piedras de una casa en ruinas se hacinan más de un centenar. Le pregunto si se les puede tirar a lo que Tomás me responde afirmativamente. Pruebo una que bajo de las alturas.
Va avanzando la tarde y también la percha de perdices.
No tenía intención de matar más de media docena, pero cuando nos dimos cuenta había doblado el número. Así que ya era hora de regresar a casa y dar la jornada por concluida. Otro día más. En la caza al igual que en la vida no hay que ser nunca avaricioso.
                                     

Cierre de veda, ya!

Hace unos días leía en el facebook unos comentarios de Julián Bordera, amigo y cazador de Fontanars, abogado laboralista para más señas, en el que decía que era partidario de cerrar la veda para la perdiz en el término de Fontanars dels Alforins debido al escaso número de patirrojas y para no diezmar la población que queda de cara a la temporada que viene.
Esto es una decisión que compete a cada sociedad de cazadores, y por tanto, a los socios. Una vez se abre la veda, el día 12 de octubre en el caso de la Comunidad Valenciana, después cada sociedad es libre para cerrar cuando quiera en función de la situación cinegética. Y como la situación no es mala sino malísima para la perdiz, lo sensato y lo oportuno sería cerrar ya.
Contesté a Julián inmediatamente, diciéndole que suscribía al cien por cien sus palabras, yendo incluso aún más lejos al sugerirle, además, que se limitara la munición a dos tiros en lugar de los tres actuales, como ya se ha puesto en práctica en muchos cotos de España, tanto públicos como privados, con resultados francamente buenos. Limitar el número de cartuchos a dos para todas las escopetas es una cuestión que tarde o temprano se va a imponer por ley. Y creo, sinceramente, que es mejor tomar la medida antes de que nos la impongan. Es una cuestión de tiempo.
 Dado que los cupos nunca o casi nunca se respetan, el número de piezas está limitado a tres perdices por cazador, no habiendo límite ni para el conejo ni para la liebre, otro aspecto importante a considerar por el bien de la caza es cerrar antes el horario de caza. Si hasta ahora se cazaba desde las 8 de la mañana hasta las dos del mediodía, mi propuesta es que el horario de caza se reduzca a tres horas, o sea la mitad, siendo en lo sucesivo de 9 de la mañana a 12. De esta manera evitas cazar en las horas de más calor y cuando la perdiz está más cansada.
Yo como soy consecuente con lo que digo, al menos, así he sido siempre o siempre por lo menos lo he intentado, lo que he hecho es sencillamente no salir a cazar- sólo cacé el primer día- y es lo que os propongo que hagáis, en caso de que no se cierre la veda antes.
Hay ciertas cosas que por sentido común deberían estar prohibidas de antemano. Por ejemplo, que se cacen dos días consecutivos como de hecho ha ocurrido. Concretamente, el domingo día 30 y el martes día 1.
De cara a la próxima temporada abriría más tarde en lugar del día 12. Es bueno que la viña haya perdido su hoja, el pámpol como se le llama aquí. De esta manera, la perdiz tiene más defensa al divisarnos de más lejos. Se trata, en definitiva, de medidas para proteger la perdiz. Que es mi opinión de lo que se trata. De darle caza, pero sin estilmarla.
Yo sé que estas propuestas de llevarlas a la junta caerían en saco rato. Y más en mi caso. De hecho, las hablé con un socio, no diré su nombre por respeto, y su respuesta fue de que yo podía pagarme un coto privado, pero ellos no. Con este planteamiento todavía decimonónico, ya obsoleto de señoritos y criados es difícil llegar a acuerdos.
Para los que no lo sepan les diré que yo hace unos años tuve ofertas por parte de una persona para ceder la finca a un coto privado y pertenecer a él. Mi negativa fue entonces rotunda como lo es ahora. Y no lo hice porque entiendo que la caza aquí en Fontanars como en muchos pueblos de España es un bien social. Mi decisión fue seguir cediendo las tierras de la finca a la sociedad en lugar de cederlas a un tercero para hacer un coto privado.
Entiendo perfectamente que la gente tenga ganas de salir al campo a cazar conejos o perdices. Están todo el año esperando que llegue ese día. Pero tenemos que ser conscientes de que para que haya caza hay que cuidarla y en el caso de la perdiz, cuidarla significa en estos momentos cerrar la veda, si es que queremos seguir cazando los próximos años.
No obstante, y para contentar a los conejeros, se puede dejar abierta la veda para el conejo y el tordo, confiando en que la gente sea respetuosa y no tire a las perdices. Esto es algo muy difícil de controlar y más cuando hay un solo guarda para dos términos: Moixent y Fontanars. Ya depende de la conciencia de cada cual y hay que pensar que serán respetuosos y cumplirán lo acordado.
Piensen que nos jugamos mucho. Que haya perdices o no, depende exclusivamente de nosotros

De torcaces en Peñadorada

Me llamó por teléfono insistentemente Fran- uno de los encargados de la finca- esta semana para decirme que había palomas en el coto de Peñadorada.
Fran no suele equivocarse. Así que no me lo pensé dos veces y allí me planté.
Antes aproveché la mañana para hacer una entrada a la laguna por si había algún pato. Nada que ver con lo que conocí y vi durante la media veda. No obstante, tuve mucha suerte y conseguí abatir un colbert. Mi perrita Sénia me ayudó en su captura, pues de no haber sido por ella no lo hubiera encontrado debido a lo denso del cañet que lo hace impracticable y a la profundidad del agua.
El termómetro marca 7 grados. El cielo está despejado, así q todo apunta a que hará calor.
Había quedado en verme con mi amigo Ramón en el barranco por si había entrada de tordos. Otros años por estas fechas ya se empiezan a ver. La luna llena de octubre la aprovechan estas aves para emigrar desde el norte de Europa y entrar en la península.
Decido ponerme en la otra punta del barranco donde tienen querencia por la proximidad de un arroyo y para acotar la entrada, pero a penas se ven pájaros. Ya nos lo había advertido Fran.
Mi compañero de puesto, Miguel, primo de Fran, todavía con el susto en el cuerpo me dice que ha oído a un venado próximo a dónde él estaba, pero que no ha conseguido verlo sólo escuchar el sonido de los cuernos raspando sobre un árbol seco. Lo suelen hacer en época de celo.
Al cabo de una hora aproximadamente empiezan a moverse los torcaces. Bandos enormes. El cielo por momentos se oscurece.
Voy al coche y cambio de cartuchos. Novena por séptima de 34 gramos.
Los primeros bandos empiezan a divisarse en el horizonte. Los animales buscan el agua denodadamente. La extrema sequía que padece La Mancha hace mella en los animales.
Abato el primero de un certero tiro. Sénia que me acompaña en el puesto lo cobra.
Se van viendo palomas constantemente, algunas a tiro y otras no tanto, pero no resulta aburrido aguantar en el puesto.
Es hora de almorzar, así que me bajo al coche a por el bocadillo que comparto con Sénia, como si de un compañero más se tratase. Parece gustarle.
Empiezo tirando bien, pero luego me da el bajón y yerro tres palomas de manera consecutiva que no tienen perdón. Rectifico y termino cumpliendo bajando algunas palomas a gran altura.
Del pequeño riachuelo que todavía lleva agua veo salir una becacina. Sale en dirección al monte. Sénia se encarga de hacerla volar y yo de abatirla. Buena compenetración.
Regreso al puesto en busca de más torcaces. La mañana estaba resultando de lo más divertida. Más, incluso, de lo que yo pensaba.
En esta época del año es más agradable matar torcaces que durante la media veda. En agosto se pudren muchas palomas por el calor, a no ser que vayas bien pertrechado y lleves una buena nevera. No es mi caso.
Con 6 palomas en el zurrón, tres se me fueron pegadas, dos tordos y una becacina decido dar una vuelta al conejo por aquello de cambiar y probar suerte.
Me voy de nuevo hacia la laguna por si vuela algún pato y de paso por si veo alguna codorniz. Pero ni una cosa ni otra. La mañana apretaba y el calor también, así que decido ir sobre lo seguro y voy a una punta de monte que linda con Navalcaballo muy buena para el conejo.
El primero que me arranca de los pies se va pegado. Lo dejo correr para no destrozarlo. Tiro trasero que Sénia no ve y el conejo se mete en el majano.
Prefiero herrar el tiro antes que dejar a un animal herido, pero desgraciadamente eso no se puede elegir, sino sería muy sencillo.
Sigo batiendo la zona con mi perrita Sénia. Incansable aunque le sobran unos kilos de más, como a mí.
La perra se queda petrificada como si de una estatua se tratara junto a una mata de romero. El conejo arranca a una velocidad que ni Alonso en sus mejores momentos, pero el plomo corre más y el conejo se viene “pa” casa.
Con poca visibilidad logro disparar a otro que arranca lejos por encima de una loma, pero nuevamente un tiro trasero. Y otra vez conejo malherido al majano. Lástima.
Cuando ya me iba para el coche, hacia demasiado calor y era ya demasiado tarde para seguir cazando, la perra empieza a dar vueltas a un romero, señal inequívoca de que hay algún conejo. Y efectivamente así fue, pero esta vez el rabudo no corre tanta suerte y el tiro resulta certero.
Cuando miro el reloj pasan de la una y media del mediodía y no es hora para estar en el monte. Recojo los bártulos, hago las fotos de rigor y me dirijo al Bonillo a comer y de paso a cazar un rato a palo mata a la perdiz.
Como se dice día completo y más variedad imposible.