lunes, 28 de noviembre de 2011

Otro día de caza en el Bonillo

Había invitado a mi amigo Genaro a cazar al Bonillo. Hacía tiempo que se lo había prometido y había llegado la ocasión. Llevábamos toda la semana hablando de ello como si fuéramos dos niños.
Genaro trabaja en Girona y hace poco tiempo que ha sido padre de familia.
Viene muy poco a Valencia por motivos de trabajo y cuando lo hace, lo que más le apetece es ir a cazar. Ha sacado la misma afición que su padre.
El sábado tenía trabajo en el almacén, así que quedamos en ir el domingo.
Sin embargo, finalmente no pudo ser. Tenía al pequeño con fiebre. Y ya se sabe que pasa con los nanos y sobre todo si son primerizos. Luego parece que los constipados se les curen solos.
Como no hay dos sin tres, Pepe Sala que es un habitual en mis jornadas de caza me esperaba impacientemente en Almansa, junto a otro amigo común, Pepe Tortosa.
Aún no eran los nueve de la mañana cuando Pepe Sala ya me estaba llamando por teléfono para decirme que estaban esperándome en Los Rosales.
Cuando llegué a Almansa algo extenuado por las prisas, ya habían almorzado. Me zampé un croasan y un vaso de leche y con el estomago lleno emprendimos el viaje.
Allí nos esperaba Tomás y Lorenzo, la persona encargada de acompañarnos en esta ocasión. El hijo de Tomás no pudo venir con nosotros, ya que estaba con otra cuadrilla de cazadores vascos.
El terreno estaba inmejorable para cazar. Había llovido bastante a lo largo de la semana. Falta le hacia al campo. Llevábamos varios meses que el agua sólo la veíamos cuando nos la servían en un vaso.
Sobre las 11 empezamos nuestro periplo cinegético. Me echo dos cajas de cartuchos al chaleco y me quito la sudadera, algo que agradecería más tarde, pues durante la mañana hizo bastante calor.
Monto la escopeta. Una Mateo Mendicute de dos gatillos. Me he acoplado muy bien a esta escopeta, a pesar de los dos gatillos. Desde hace unos años cazo con paralela. No quiero saber nada de repetidoras. Hace años que la vendí y la verdad es que no la echo de menos.
A Tortosa le acompaña una preciosa braca de año y medio, llamada Sara que era la primera vez que cazaba con él. La tiene apenas dos días y acaba de comprarla a un criadero.
Pepe Sala iba con su perra laica, otra braca alemana muy curtida ya en esto de la caza y que le hizo pasar a Pepe unas de las mejores jornadas de caza que recuerda, como más tarde me confesó.
Conmigo como siempre, mi inseparable Sénia.
Empiezo la mañana errando una perdiz que me manda uno de los compañeros y que como se dice en estos casos se va a criar.
Era un tiro fácil, pero que inconcebiblemente fallo. Perdiz que viene enviada y que dejo pasar para tirarle de culo, tipo tiro al plato. El tiro se me va bajo. Me doy cuenta del fallo, pero tarde. Hago bien el swing, pero yerro el tiro. Que se le va a hacer.
Al poco rato, Sénia me cobra un tordo de ala seguramente de otro cazador.
Pepe Sala que iba por el linde va tumbando perdices muchas de ellas con la perra de muestra. Esta perdiz aguanta bien la muestra del perro.
A Tortosa lo oigo constantemente llamar a la perra. Mal asunto cuando se le llama tanto. Anda un poco despistada levantando perdices. Se alarga demasiado, a pesar de llevar collar. Son perros muy fuertes.
La perrita tiene aptitudes. Muestra bien, pero no entrega las piezas. Hay que darle tiempo. Pero los cazadores muchas veces somos demasiados impacientes y lo queremos todo de hoy para mañana. Y la caza es una cuestión de tiempo. Y cuando hablamos de perros, más si cabe.
Yo encadeno ocho perdices seguidas sin errar ninguna con doblete incluido, si bien una se me va de ala.
Sala hace lo propio y va llenando el zurrón hasta 15 que cobraría.
Laica saca un conejo encamado que persigue junto con Sénia. Pasan por delante de mí, perros y conejo. Lo dejo pasar para no estropearlo. Consigo tirarle un tiro, pero no me atrevo con el segundo porque lo llevaban muy cerca de la boca. En estos casos es preferible no tirarle antes que poner en riesgo la vida del perro. Finalmente, lo cogen los perros, más por agotamiento que por otra cosa. El conejo no llevaba ni un plomo en el cuerpo.
Cerca de una casa abandonada, apunto a varios palomos, pero no les tiro. Hoy era día de perdices. Los palomos los reservamos para otro día. Habrá ocasión para ello.
Pepe Sala y Lorenzo, el acompañante, cogen lo alto de una loma. Mientras tanto, Tortosa y yo esperamos a que den la vuelta para coger la mano juntos. Esto es lo que se debe hacer cuando se caza en grupo.

Pepe Sala (dcha) con alguna de las perdices abatidas durante la cacería en El Bonillo.
Como tardaban en venir y eran casi las dos del mediodía, decido coger un perdido. Del campo de almendros vuelan varias perdices que pasan cerca de donde está Tortosa. Le grito para avisarle, pero no me oye. El bando de perdices cruza la carretera sin inmutarse.
De haber estado atento podía haber derribado alguna. Le entraron tipo ojeo, pero andaba más pendiente de la perra que de la caza.
Al terminar la jornada Emilia nos prepara uno de sus suculentos guisos: alubias con perdiz y ternera al chilindrón. De postre: tarta de dos chocolates. Y para aderezar tan suculenta comida un Muga Crianza, no había MC, de bodegas Marqués de Cáceres.
En la mesa de al lado, los cazadores vascos. Para beber: vino. Pero no un vino cualquiera en un formato cualquiera. Remelluri en botella, en este caso, botellón de 30 litros. Cuando les pregunto si eran de Bilbao, me dicen que sí. Obvio. De Bilbao, claro. Yo todo lo más que he consumido es un magnum de litro y medio. Entre varios, claro. No vayan a pensar ustedes que soy un borrachín.
Bien comidos y bien cazados es el momento de regresar a casa

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