Me llamó por teléfono insistentemente Fran- uno de los encargados de la finca- esta semana para decirme que había palomas en el coto de Peñadorada.
Fran no suele equivocarse. Así que no me lo pensé dos veces y allí me planté.
Antes aproveché la mañana para hacer una entrada a la laguna por si había algún pato. Nada que ver con lo que conocí y vi durante la media veda. No obstante, tuve mucha suerte y conseguí abatir un colbert. Mi perrita Sénia me ayudó en su captura, pues de no haber sido por ella no lo hubiera encontrado debido a lo denso del cañet que lo hace impracticable y a la profundidad del agua.
El termómetro marca 7 grados. El cielo está despejado, así q todo apunta a que hará calor.
Había quedado en verme con mi amigo Ramón en el barranco por si había entrada de tordos. Otros años por estas fechas ya se empiezan a ver. La luna llena de octubre la aprovechan estas aves para emigrar desde el norte de Europa y entrar en la península.
Decido ponerme en la otra punta del barranco donde tienen querencia por la proximidad de un arroyo y para acotar la entrada, pero a penas se ven pájaros. Ya nos lo había advertido Fran.
Mi compañero de puesto, Miguel, primo de Fran, todavía con el susto en el cuerpo me dice que ha oído a un venado próximo a dónde él estaba, pero que no ha conseguido verlo sólo escuchar el sonido de los cuernos raspando sobre un árbol seco. Lo suelen hacer en época de celo.
Al cabo de una hora aproximadamente empiezan a moverse los torcaces. Bandos enormes. El cielo por momentos se oscurece.
Voy al coche y cambio de cartuchos. Novena por séptima de 34 gramos.
Los primeros bandos empiezan a divisarse en el horizonte. Los animales buscan el agua denodadamente. La extrema sequía que padece La Mancha hace mella en los animales.
Abato el primero de un certero tiro. Sénia que me acompaña en el puesto lo cobra.
Se van viendo palomas constantemente, algunas a tiro y otras no tanto, pero no resulta aburrido aguantar en el puesto.
Es hora de almorzar, así que me bajo al coche a por el bocadillo que comparto con Sénia, como si de un compañero más se tratase. Parece gustarle.
Empiezo tirando bien, pero luego me da el bajón y yerro tres palomas de manera consecutiva que no tienen perdón. Rectifico y termino cumpliendo bajando algunas palomas a gran altura.
Del pequeño riachuelo que todavía lleva agua veo salir una becacina. Sale en dirección al monte. Sénia se encarga de hacerla volar y yo de abatirla. Buena compenetración.
Regreso al puesto en busca de más torcaces. La mañana estaba resultando de lo más divertida. Más, incluso, de lo que yo pensaba.
En esta época del año es más agradable matar torcaces que durante la media veda. En agosto se pudren muchas palomas por el calor, a no ser que vayas bien pertrechado y lleves una buena nevera. No es mi caso.
Con 6 palomas en el zurrón, tres se me fueron pegadas, dos tordos y una becacina decido dar una vuelta al conejo por aquello de cambiar y probar suerte.
Me voy de nuevo hacia la laguna por si vuela algún pato y de paso por si veo alguna codorniz. Pero ni una cosa ni otra. La mañana apretaba y el calor también, así que decido ir sobre lo seguro y voy a una punta de monte que linda con Navalcaballo muy buena para el conejo.
El primero que me arranca de los pies se va pegado. Lo dejo correr para no destrozarlo. Tiro trasero que Sénia no ve y el conejo se mete en el majano.
Prefiero herrar el tiro antes que dejar a un animal herido, pero desgraciadamente eso no se puede elegir, sino sería muy sencillo.
Sigo batiendo la zona con mi perrita Sénia. Incansable aunque le sobran unos kilos de más, como a mí.
La perra se queda petrificada como si de una estatua se tratara junto a una mata de romero. El conejo arranca a una velocidad que ni Alonso en sus mejores momentos, pero el plomo corre más y el conejo se viene “pa” casa.
Con poca visibilidad logro disparar a otro que arranca lejos por encima de una loma, pero nuevamente un tiro trasero. Y otra vez conejo malherido al majano. Lástima.
Cuando ya me iba para el coche, hacia demasiado calor y era ya demasiado tarde para seguir cazando, la perra empieza a dar vueltas a un romero, señal inequívoca de que hay algún conejo. Y efectivamente así fue, pero esta vez el rabudo no corre tanta suerte y el tiro resulta certero.
Cuando miro el reloj pasan de la una y media del mediodía y no es hora para estar en el monte. Recojo los bártulos, hago las fotos de rigor y me dirijo al Bonillo a comer y de paso a cazar un rato a palo mata a la perdiz.
Como se dice día completo y más variedad imposible.
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