lunes, 28 de noviembre de 2011

Primer ojeo de la temporada en La Carolina

El pasado día 8 de octubre participé en el que sería mi primer ojeo de la temporada de caza que ahora comienza.
A las 7 de la mañana quedé en el restaurante Los Rosales de Almansa con mi compañero de puesto, Pepe Sala.
Madrugador como el primero, Sala ya se encontraba allí cuando yo llegué, incluso ya había almorzado.
Por delante nos quedaban cerca de 200 kilómetros hasta llegar a Ossa de Montiel, en concreto al coto La Carolina.
Pero el hecho de ir dos en el coche, yo que acostumbro a ir solo, se hace más llevadero.
Afortunadamente, tampoco hubo niebla durante el trayecto, así que el viaje no resultó del todo pesado.
Poco antes de las 9 de la mañana ya estábamos en Ossa. Poco a poco fueron llegando cazadores y ojeadores.
Pasadas las 9 llegaba mi amigo Ramón Ferrero acompañado de su hijo Genaro que venía ex proceso de Girona. Yo aún le sigo llamando Genarito a pesar de que ya pasa de los 30. Pero lo conozco desde que era un crío y para mí siempre será Genarito aunque tenga 70 años. Ha sacado la misma afición que su padre.
Isaac, uno de los organizadores del ojeo, llama a los cazadores para que vayan cogiendo número. Dentro del sombrero están las papeletas. En total éramos doce escopetas distribuidos en seis puestos. Antes de cada ojeo se procede a sortear los puestos.
Se soltaron perdices tanto en el coto La Carolina como en La Sierrecilla, pero Fran consideró mejor dar el ojeo en La Carolina debido al cambio en la dirección del viento. Soplaba levante. Es muy importante tomar en consideración el viento porque dependiendo de éste las perdices pueden entrar a los puestos o escurrirse, con lo cual el ojeo sería un fracaso. La perdiz siempre vuela a favor de aire.
En el sorteo nos toca el número dos. Soy yo el encargado de coger número. No sé si bueno o malo. La suerte está echada. Veremos más adelante que nos depara la jornada.
Las perdices fueron soltadas esa misma mañana, a pesar de que tanto Fran como Isaac decían lo contrario. No se vieron en ningún momento pisadas en los caminos con regueros de trigo o cerca de los comederos que hicieran creíble que las perdices llevaban varias semanas en el monte como ellos aseveraban.
Tanto mi amigo Ramón como el propio Sala, gatos viejos en estos menesteres de la caza, ratifican lo que yo les cuento ahora.
Dicho esto, la finca reúne muy buenas condiciones, tanto una como otra, para la suelta de perdices por la orografía del terreno con barrancos y vaguadas. Sabinas, carrascas y romeros pueblan el monte.
Cuando faltaban pocos minutos para las diez, ya nos encontrábamos en el puesto. Nos acompaña, Ángel, que hacía las funciones de secretario. Viene con él su perro Xulo, una mezcla de dálmata y labrador que se está iniciando en la caza y que tiene mucha afición.
En los puestos contiguos al nuestro se empiezan a oír los primeros disparos.
Comienzan a entrar las primeras barras de perdices a diferentes alturas y desde todos los lados y ángulos imaginables. Al ser dos en el puesto nos organizamos para no molestarnos en los tiros, de tal manera que uno tira a las perdices de la derecha y el otro a las de la izquierda y así no nos precipitamos tirando que suele ser lo que ocurre cuando se comparte puesto. Muchas veces por querer tirar antes que el compañero yerras el tiro.
Sala que entró algo nervioso al primer puesto fue cogiendo el pulso conforme avanzaba el ojeo.
Hacemos una buena percha entre los dos: 11 perdices.
Echo en falta a mi perrita Sénia que esta vez no me acompaña porque no está habituada a los ojeos y para ello se requiere un perro que aguante en la postura y no moleste.
En el segundo ojeo que a priori era el peor porque nos tocó punta tampoco fue tan mal y hacemos igualmente una buena percha. No recuerdo el número de piezas, pero eso poca importancia tiene.
Pensábamos que la perdiz tendría querencia a ir al centro, normalmente los puestos centrales son los mejores, pero no fue así. Esto de la caza no son como las matemáticas donde dos y dos son cuatro.
Venera que estaba a nuestra izquierda nos corta más de una perdiz con doblete incluido. Tener tiradores así te pueden amargar una jornada de caza, pero no fue este el caso. Venera, además de buen amigo mío es un excelente cazador y tirador, ambas cosas a la vez.
El taco estaba previsto después del tercer ojeo. Un poco tarde, la verdad. Desde las 7 de la mañana no nos habíamos echado nada a la boca. Sala estaba exhausto.
El tercer ojeo no sé si por el hambre que teníamos encima o por otra razón, resultó muy flojo. A penas entraron perdices.
Isaac que se percata que las perdices no están entrando a los puestos y que se le están escurriendo del grupo de ojeadores que abate la zona por la derecha viene a dónde estábamos nosotros y me pone a mí para cerrar ese ángulo. Consigo tirar a cuatro o cinco perdices que de otra forma no hubiera hecho. Abato alguna de ellas muy largas.
Pasada la una del mediodía comenzamos el taco que luego sería también la comida, dado lo avanzado de la hora.
Pepa, madre de los Venera, es la encargada de preparar los guisos. Excelentes, por cierto. Incluida una sopa de perdiz que yo no había probado en mi vida y que estaba deliciosa. Y es que en el campo todo sabe diferente. En la mesa había de todo: Rabo de toro, careta de cerdo, morcilla y longaniza, jamón y queso, tortilla de patata, poco hecha como a mí me gusta. Le tiene cogido el punto. Vino de La Mancha, como no podría ser de otra forma, mezclado con algún Rioja.
Tras el taco vuelta a los puestos. En esta ocasión cogemos los coches, ya que vamos a otra zona de la finca que queda algo lejos.
El ojeo toca a su fin y ya sólo nos queda el último. Aquí a pesar de estar en un llano con muy buena visibilidad las perdices cogieron altura. No había encinas ni carrascas que molestaran. Así que las veías venir de muy lejos. Sin embargo,  a mí  me gustan más los barrancos que los llanos. La perdiz entra con más dificultad cuando coge altura.
 Finalizado el ojeo se procede al reparto de las piezas que igualmente se sortean y cada cazador se lleva las suyas. Da igual que uno mate más o menos. Como buenos compañeros, todos los cazadores se llevan el mismo número de piezas. Eso sí, según el lote que te toque unas pueden estar más estropeadas que otras.
Con el gusanillo todavía en el cuerpo por ser el primer día de caza le propongo a Sala seguir cazando por la tarde. Me dice que por el no hay problema. Llamó a Tomás de Casa Emilia en El Bonillo para preguntarle si podíamos ir y para allí que nos fuimos sin perder tiempo. Día completo.   Ojeo por la mañana y caza en mano por la tarde. Se puede pedir más?.                                                         


                                                                                

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