martes, 23 de diciembre de 2014

Decepcionado con la caza actual



Vengo consternado de ver el coto en el que ha cazado toda mi vida, lleno de jaulas y de cajas de cartón y de plástico. Se trata de restos de las sueltas de perdices de bote que hacen los actuales gestores.

Se te cae literalmente el alma al suelo cuando ves eso, sobre todo, para quienes hemos conocido ese coto en todo su esplendor y belleza, no sólo cinegética, sino también paisajística.

Quedan muy pocos cotos en España que todavía conserven la perdiz autóctona y este era uno de ellos. Y hablo en pasado porque ya no volverá a ser lo que fue.

La perdiz salvaje no puede convivir con la de granja. Los cotos en España se están convirtiendo en auténticas granjas cinegéticas.

Cuando haces sueltas de perdices es irreversible. El daño está hecho. Las perdices de granja transmiten muchas enfermedades y atraen a multitud de alimañas porque son presa fácil de zorros o jabalíes.

Ojeos o caza en mano. Faisanes, codornices, perdices, patos, conejos. Todo a gusto del consumidor. Fincas de caza mayor que son auténticos cercones.

Pocas piezas pueden presumir de ser salvajes. La becada, la paloma torcaz, la tórtola común y el tordo. Y poco más. El resto son productos de laboratorio.

Cuando he visto las jaulas con perdices dentro que sirven de reclamo a las otras, me ha venido a la memoria, no sólo el grupo de amigos que durante muchos años hemos cazado allí sino la cantidad de jornadas maravillosas que me ha deparado la finca, tirando a perdices, conejos, liebres, codornices,  torcaces, tórtolas, tordos o patos. Mi primera y única becada la abatí allí.

Un auténtico vergel cinegético hoy convertido en un auténtico páramo, en una auténtica pesadilla, donde si no se suelta "género" no hay caza. Habrá quien le guste esto, incluso a quien le divierta, no lo critico, lo respeto, pero a mí que no me busquen porque no me encontrarán para participar de este simulacro en el que se ha convertido la caza.

Una finca que era conejera cien por cien, con cientos de majanos desperdigados por el coto que servían de refugio a los rabudos, hoy no tiene conejos. A esta finca se le han llegado a coger más de dos mil conejos sólo con lazos y cepos. Más aparte los que han sido víctimas de las escopetas.

Muchos cazadores prefieren la cantidad a la calidad. Hacerse la foto de rigor para colgarla después en instagram o facebook,  con medio millar de perdices abatidas en un ojeo, mola más que colgarte un par de patirrojas, que te han hecho sudar tinta para abatirlas.

Son conceptos distintos. Diferentes maneras de ver y sentir la caza. Los dueños de las fincas se rigen sólo por criterios económicos porque entienden la caza sólo como negocio. Muchos, además, quieren vivir de la agricultura y de la caza. Si tienen campos de rastrojos se apresuran a vender la paja, que la empacan nada más terminar de cosechar, pero quieren que después haya codornices. Siembran extensos campos de trigo o cebada para vender el cereal, pero no dejan rochas, que sirvan de alimento a los animales.

Como no hay caza salvaje se ha impuesto la caza artificial. Mucho más rentable para los dueños de los cotos, que compran la perdiz a seis euros o menos y la venden a 25 o más.

Yo empecé a cazar algo ya mayor. Pero escuchaba historias relacionadas con la caza sobre todo al casero de la finca, Vicente Calatayud, cazador y excelente persona, ya fallecido, oírle contar que cuando salían aquí en Fontanars a cazar perdices ,venían con la canana vacía y el colgador con varias patirrojas. En aquella época de la que les hablo no había apenas coches, la munición y las escopetas eran lo que eran-no había repetidoras, normalmente eran escopetas planas y sólo unos pocos salían al campo a cazar. Al tordo ni se le tiraba porque el cartucho era escaso y caro.

Hoy todo esto se ha invertido. El coche nos lleva a donde queramos. Todo el mundo dispone de vehículo. Las armas son mucho más sofisticadas. Existen multitud de calibres y de munición y campos de tiro donde entrenar.

Pero puestos a elegir, me quedo con las historias que me contaba Vicente.

 

jueves, 11 de diciembre de 2014

Inolvidable jornada de caza en La Patirroja



A las 7,15 de la mañana, cuando me disponía a coger el coche, el termómetro marcaba 0 grados. Antes de llegar a la cárcel de Villena, el mercurio había bajado a -2 grados.

Los campos escarchados, casi blancos por el rocío, conforme me iba adentrando por tierras manchegas eran el presagio de que por fin había llegado el frío, tras los días primaverales de las últimas semanas.

El destino cinegético esta vez era El Bonillo. En concreto, la finca La Patirroja. Una extensa finca de caza menor, con más de 4.200 hectáreas de carrascas, retamas, esparteras y romeros. Ideal para la caza de la perdiz a mano o al salto. También sus escarpados montes la hacen perfecta para los ojeos.

Nada más entrar a la finca, empezamos a ver los primeros bandos de perdices. Los caminos que atraviesan el coto eran un hervidero de patirrojas.

A pesar del frío de la madrugada, lució el sol durante toda la mañana. Menos mal que no sopló el viento que hizo el día anterior y que hubiera puesto en aprietos a más de uno.

Pasaban poco más de las diez cuando empezamos a cazar.

Nos acompañó, Julián, uno de los encargados de la finca. También cazador. La verdad es que da gusto llevar al lado a alguien que sabe de caza.

Cazamos el cogollo de la finca, es decir, lo mejor. La zona VIP.

Empecé con buen pie y abatí la primera perdiz al poco de salir del coche. No hay nada como empezar bien la mañana. Si comienzas errando piezas, mal. Y llevaba últimamente una mala racha.

Hay veces que la escopeta te entra como un guante y ayer fue uno de esos días. No sólo me salía caza sino que, además, no erré ninguna perdiz.

Me colgué 14 perdices y un conejo. Al no llevar perro, perdí  dos perdices de ala y otra a la que le descolgué las patas. A mitad mañana , el guarda llamó a un compañero suyo y trajeron un bretón. Rumbo se llamaba. Desde ese momento, ya no perdimos nada de caza.

La próxima vez que vaya me llevaré a Duba, una preciosa labradora color chocolate de cinco meses, que ya es bueno empezar a iniciarla. De momento es muy buena portadora, aunque aún no me la he llevado a cazar. Veremos cómo reacciona ante los disparos.




Uno de los lances más bonitos que logré y que nunca hasta ayer había hecho, tras un doblete de perdices, fue una carambola, es decir, de un tiro matar dos perdices. El guarda no daba crédito a lo que veía. Yo he de confesarles que tampoco. Aunque me contó otro lance más difícil que había protagonizado él mismo. Disparando a una perdiz mató una liebre encamada. "Menos mal que aquel día me acompañaba el guarda de la finca sino no se lo cree nadie", apostilló.

En la cuadrilla cazó con nosotros, Isidro Lillo, veterano y experimentado cazador que probaba ese día una preciosa braca muy fina, color chocolate, de tres años de nombre Runa, que le arruinó, nunca mejor dicho, la jornada. La perra con poca nariz y muy larga, iba levantando perdices a su paso fuera de tiro. Tortosa estaba negro.

Cazar en La Patirroja fue un auténtico lujo. No sólo por la bravura de las perdices, que también sino porque cazando allí no tienes la sensación de que te están tomando el pelo. He estado en fincas que, además, de llevar a un acompañante plomizo que te amarga la mañana, cuando disparas un tiro, ya te quieren facturar la perdiz. Aquí, no.