A las 7,15 de la
mañana, cuando me disponía a coger el coche, el termómetro marcaba 0 grados.
Antes de llegar a la cárcel de Villena, el mercurio había bajado a -2 grados.
Los campos
escarchados, casi blancos por el rocío, conforme me iba adentrando por tierras manchegas
eran el presagio de que por fin había llegado el frío, tras los días
primaverales de las últimas semanas.
El destino
cinegético esta vez era El Bonillo. En concreto, la finca La Patirroja. Una
extensa finca de caza menor, con más de 4.200 hectáreas de carrascas, retamas,
esparteras y romeros. Ideal para la caza de la perdiz a mano o al salto.
También sus escarpados montes la hacen perfecta para los ojeos.
Nada más entrar
a la finca, empezamos a ver los primeros bandos de perdices. Los caminos que
atraviesan el coto eran un hervidero de patirrojas.
A pesar del frío
de la madrugada, lució el sol durante toda la mañana. Menos mal que no sopló el
viento que hizo el día anterior y que hubiera puesto en aprietos a más de uno.
Pasaban poco más
de las diez cuando empezamos a cazar.
Nos acompañó, Julián, uno de los encargados de la
finca. También cazador. La verdad es que da gusto llevar al lado a alguien que
sabe de caza.
Cazamos el
cogollo de la finca, es decir, lo mejor. La zona VIP.
Empecé con buen
pie y abatí la primera perdiz al poco de salir del coche. No hay nada como empezar
bien la mañana. Si comienzas errando piezas, mal. Y llevaba últimamente una
mala racha.
Hay veces que la
escopeta te entra como un guante y ayer fue uno de esos días. No sólo me salía
caza sino que, además, no erré ninguna perdiz.
Me colgué 14
perdices y un conejo. Al no llevar perro, perdí
dos perdices de ala y otra a la que le descolgué las patas. A mitad
mañana , el guarda llamó a un compañero suyo y trajeron un bretón. Rumbo se
llamaba. Desde ese momento, ya no perdimos nada de caza.
La próxima vez
que vaya me llevaré a Duba, una preciosa labradora color chocolate de cinco
meses, que ya es bueno empezar a iniciarla. De momento es muy buena portadora,
aunque aún no me la he llevado a cazar. Veremos cómo reacciona ante los
disparos.
Uno de los lances más bonitos que logré y que nunca hasta ayer había hecho, tras un doblete de perdices, fue una carambola, es decir, de un tiro matar dos perdices. El guarda no daba crédito a lo que veía. Yo he de confesarles que tampoco. Aunque me contó otro lance más difícil que había protagonizado él mismo. Disparando a una perdiz mató una liebre encamada. "Menos mal que aquel día me acompañaba el guarda de la finca sino no se lo cree nadie", apostilló.
En la cuadrilla
cazó con nosotros, Isidro Lillo, veterano
y experimentado cazador que probaba ese día una preciosa braca muy fina, color
chocolate, de tres años de nombre Runa, que le arruinó, nunca mejor dicho, la
jornada. La perra con poca nariz y muy larga, iba levantando perdices a su paso
fuera de tiro. Tortosa estaba negro.
Cazar en La
Patirroja fue un auténtico lujo. No sólo por la bravura de las perdices, que
también sino porque cazando allí no tienes la sensación de que te están tomando
el pelo. He estado en fincas que, además, de llevar a un acompañante plomizo
que te amarga la mañana, cuando disparas un tiro, ya te quieren facturar la
perdiz. Aquí, no.
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