lunes, 21 de diciembre de 2020

La liebre

 Hace unos días saliendo del pueblo, cuando me dirigía a casa con el coche, me encontré con un par de liebres muertas en la carretera. Había muy poca distancia entre una y otra, unos pocos metros a lo sumo. Las urracas siempre al acecho de la carroña ya se habían encargado de despellejarlas.

De joven y ahora puede parecer un poco cruel decirlo, me gustaba perseguirlas con el coche. Ahora soy incapaz de hacerlo y trato de esquivarlas cuando se me cruzan en la carretera.

La carretera supone un grave peligro para todos los animales, pero especialmente para las liebres. Cruzan de manera alocada y muchas mueren atropelladas. Se ponen delante del coche aturdidas por la luz y son presa fácil.

Además de la carretera, una nueva enfermedad que hasta ahora solo afectaba a los conejos, la mixomatosis, ha acabado con muchos ejemplares. No se sabe con certeza cómo ha podido mutar el virus y transmitirse con tanta virulencia. Se sigue investigando en cómo se ha podido propagar la enfermedad a las liebres. Lo que sí que sabemos con certeza es cómo llegó la enfermedad a los conejos. Pese a que existen vacunas, la mixomatosis ha acabado con millones de ejemplares en el mundo. Esa era la intención del médico francés que decidió inocularla a los lagomorfos, después de observar el daño que provocaban en sus campos. La efectividad fue total y la mortandad rondó el 90%.

Comunidades Autónomas como Andalucía y Extremadura, donde más casos de mixomatosis se han detectado, han prohibido su caza. También la caza con galgo ha sufrido restricciones.  Una decisión que comparto y que busca ayudar a una pronta recuperación de esta especie cinegética que tantas satisfacciones nos ha proporcionado a los cazadores. Culinariamente son un majar exquisito, como ocurre con toda la carne de caza, tanto de mayor como de menor. Perdiz, codorniz, torcaz, pato, venado, jabalí … forman parte de la carta de los mejores restaurantes de nuestro país, con gran tradición cinegética.

La liebre forma parte del cancionero popular y también del refranero. “Donde menos se piensa, salta la liebre”.

Fontanars dels Alforins ha sido una zona muy lebrera. Ahora bastante menos. Pero en los bancales de viña y en los barbechos todavía se ven algunas. Y eso que la liebre se mimetiza muy bien cuando permanece encamada. Aquí por fortuna no se han visto ejemplares afectados por la enfermedad, pero sí muy cerca del término, concretamente en Villena.

Los síntomas son los mismos: cabeza hinchada, ojos legañosos,  extrema delgadez, inmovilidad,  parálisis… Mi amigo Álvaro me mandó unas fotos de un par de liebres que encontró enfermas. Si no se controla la enfermedad,  la liebre puede seguir los mismos pasos del conejo.

Por eso creo que sería bueno que de manera temporal se limitase su caza. Del mismo modo que se ha puesto un cupo para la perdiz, de una pieza por cazador y día, debería actuarse de igual  manera con la liebre, cuyo número de capturas ahora mismo es libre, como ocurre también con el conejo. Somos los propios cazadores los que nos tenemos que autoregular, si de verdad queremos que haya caza en el futuro.

Pese a los ataques de los animalistas que abogan por la prohibición de la actividad cinegética, sin saber muy bien cuáles serían las consecuencias de esta prohibición, que tendría nefastas consecuencias en el ecosistema, la caza existe gracias a la labor de los cazadores y así tiene que seguir siendo.

 



De zorzales con mi amigo Álvaro

 

Hacía mucho tiempo que no cogía la escopeta, meses y meses.  Desde febrero que no pegaba un tiro. El confinamiento nos tiene aislados a la mayoría de los cazadores que no podemos viajar a otras comunidades al existir el cierre perimetral. El sábado me llamo Álvaro para ver si le acompañaba al tordo. La semana pasada también me llamó por teléfono, pero no fui porque no había dormido en toda la noche.

Quedamos en vernos en La Zafra, una pequeña pedanía que pertenece al término de Villena en la provincia de Alicante. Cogí los bártulos y pasadas las 5 estaba allí. Mientras le esperaba, me encontré con unos amigos que han comprado una casa en el pueblo en el que apenas viven media docena de personas.

Fuimos al mismo sitio que estuvo unos días antes y disfrutó de lo lindo. Se hinchó a pegar tiros. Dos cajas en poco más de media hora. Un pequeño bancal de olivos, arrasado por los jabalíes que por allí campan a sus anchas, hociqueándolo todo en busca de alimento.

Nada más bajar del coche vimos un par de conejos que se metieron entre las cañas. Pero hoy era día de tordos, así que el conejo mejor dejarlo para otro día. Este coto tenía mucho conejo antes, pero las enfermedades, sobre todo, la mixomatosis, pero también últimamente la sarna ha acabado con muchos lagomorfos.

El zorzal entra a poca noche a dormir, a la choca que se llama, así que suele volar bajo y muy rápido. Si tienes mucha vegetación delante, no los ves. A falta de barraca escogí un olivo pequeño para parapetarme  y que no me vieran, pues el zorzal tiene mucha vista y al menor movimiento te esquiva.

El  primero de la tarde, lo erré.  Cruzado y un poco estirado, pero a tiro. Vi que se movían más a mi izquierda, así que decidí cambiarme de puesto. Los zorzales son muy querenciosos y cuando cogen una trayectoria por allí que entran y no buscan otra.

Los dos siguientes también me los tragué. Podía haber hecho un doblete y erré los dos pájaros. Se nota cuando llevas un tiempo sin coger la escopeta. Ni los reflejos ni la rapidez son los mismos.

Álvaro también se lamentaba de sus errores.

Al principio de la tarde entraban un poco estirados. Con la temporada ya avanzada, algunos ya han sido tiroteados, así que saben guardar bien las distancias. Conforme el sol se iba ocultando entraban más rasos, pero a una velocidad endiablada, que no te daba tiempo ni a encararte la escopeta. Todo lo más a girarte de sopetón y quedarte con cara de bobo, mirándolo. A veces ni siquiera eso,  solo escuchar su inconfundible sonido.

Como no había forma de tirarles, me puse pegado a un ribazo para verlos venir de cara, pero la visibilidad era también muy mala.

Si no llevas un perro que te ayude, el problema luego es cobrarlo. Si cae boca arriba es más fácil encontrarlo porque el pecho es moteado de color amarillento, pero si cae boca abajo se confunde con el color de la tierra y pasas al lado de él y ni lo ves.

Lo ideal es salir del puesto a cobrarlo nada más abatirlo, pero muchas veces si te mueves del puesto pierdes muchas oportunidades. Este tipo de caza dura diez o quince minutos muy intensos que hay que aprovechar al máximo. Si esperas para cobrarlos cuando concluya la tirada, lo normal es que no los encuentres, que es exactamente lo que me pasó a mí, que derribé cuatro y solo pude cobrar uno.

Hay que marcar muy bien donde han caído, pero si la zona es boscosa de retamas y carrascas, como era el caso, lo más fácil es perderlos.

Muy cerca de donde estábamos nosotros se oyeron algunos tiros. La caza del zorzal tiene muchos adeptos. Cada vez más.

El zorzal ha pasado de ser una pieza de caza a la que nadie le hacía caso porque entonces los cartuchos valían dinero y había que pensárselo  dos veces antes de tirarle a un tordo,  a ser una especie muy codiciada por muchos aficionados a la caza.