Hacía mucho tiempo que no cogía la escopeta, meses y meses. Desde febrero que no pegaba un tiro. El confinamiento nos tiene aislados a la mayoría de los cazadores que no podemos viajar a otras comunidades al existir el cierre perimetral. El sábado me llamo Álvaro para ver si le acompañaba al tordo. La semana pasada también me llamó por teléfono, pero no fui porque no había dormido en toda la noche.
Quedamos en vernos en La Zafra, una pequeña pedanía que pertenece al término de Villena en la provincia de Alicante. Cogí los bártulos y pasadas las 5 estaba allí. Mientras le esperaba, me encontré con unos amigos que han comprado una casa en el pueblo en el que apenas viven media docena de personas.
Fuimos al mismo sitio que estuvo unos días antes y disfrutó de lo lindo. Se hinchó a pegar tiros. Dos cajas en poco más de media hora. Un pequeño bancal de olivos, arrasado por los jabalíes que por allí campan a sus anchas, hociqueándolo todo en busca de alimento.
Nada más bajar del coche vimos un par de conejos que se metieron entre las cañas. Pero hoy era día de tordos, así que el conejo mejor dejarlo para otro día. Este coto tenía mucho conejo antes, pero las enfermedades, sobre todo, la mixomatosis, pero también últimamente la sarna ha acabado con muchos lagomorfos.
El zorzal entra a poca noche a dormir, a la choca que se llama, así que suele volar bajo y muy rápido. Si tienes mucha vegetación delante, no los ves. A falta de barraca escogí un olivo pequeño para parapetarme y que no me vieran, pues el zorzal tiene mucha vista y al menor movimiento te esquiva.
El primero de la tarde, lo erré. Cruzado y un poco estirado, pero a tiro. Vi que se movían más a mi izquierda, así que decidí cambiarme de puesto. Los zorzales son muy querenciosos y cuando cogen una trayectoria por allí que entran y no buscan otra.
Los dos siguientes también me los tragué. Podía haber hecho un doblete y erré los dos pájaros. Se nota cuando llevas un tiempo sin coger la escopeta. Ni los reflejos ni la rapidez son los mismos.
Álvaro también se lamentaba de sus errores.
Al principio de la tarde entraban un poco estirados. Con la temporada ya avanzada, algunos ya han sido tiroteados, así que saben guardar bien las distancias. Conforme el sol se iba ocultando entraban más rasos, pero a una velocidad endiablada, que no te daba tiempo ni a encararte la escopeta. Todo lo más a girarte de sopetón y quedarte con cara de bobo, mirándolo. A veces ni siquiera eso, solo escuchar su inconfundible sonido.
Como no había forma de tirarles, me puse pegado a un ribazo para verlos venir de cara, pero la visibilidad era también muy mala.
Si no llevas un perro que te ayude, el problema luego es cobrarlo. Si cae boca arriba es más fácil encontrarlo porque el pecho es moteado de color amarillento, pero si cae boca abajo se confunde con el color de la tierra y pasas al lado de él y ni lo ves.
Lo ideal es salir del puesto a cobrarlo nada más abatirlo, pero muchas veces si te mueves del puesto pierdes muchas oportunidades. Este tipo de caza dura diez o quince minutos muy intensos que hay que aprovechar al máximo. Si esperas para cobrarlos cuando concluya la tirada, lo normal es que no los encuentres, que es exactamente lo que me pasó a mí, que derribé cuatro y solo pude cobrar uno.
Hay que marcar muy bien donde han caído, pero si la zona es boscosa de retamas y carrascas, como era el caso, lo más fácil es perderlos.
Muy cerca de donde estábamos nosotros se oyeron algunos tiros. La caza del zorzal tiene muchos adeptos. Cada vez más.
El zorzal ha pasado de ser una pieza de caza a la que nadie le hacía caso porque entonces los cartuchos valían dinero y había que pensárselo dos veces antes de tirarle a un tordo, a ser una especie muy codiciada por muchos aficionados a la caza.
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