lunes, 28 de noviembre de 2011

Primer día de caza en Fontanars

Al final los buenos augurios no se cumplieron y la primera jornada de caza de la temporada anduvo bastante floja.
Salí con mis buenos amigos y excelentes cazadores, Eduardo y Amadeo Ferrandiz. Otro habitual de la cuadrilla, Mauro Cabanes, se quedó esta vez en casa a causa de la gripe. Me consta que ya se encuentra mejor, así que el próximo domingo se unirá al grupo.
A las 7,30 de la mañana, ya estábamos en el campo, si bien hubo que esperar unos minutos a que amaneciera.
Los primeros disparos no se hicieron esperar.
Cogimos la viña del ribazal. Un campo de tempranillo en vaso. Sabíamos que ahí había algún bando. Unas semanas antes lo habíamos visto y era bastante completo. Yo llegué a contarle 14 ó 15 pollos. Eduardo y Amadeo iban de puntas.
Nada más salir del coche veo peonando las perdices por delante de Eduardo. La viña aún no ha perdido la hoja y la visibilidad es escasa. Le marco las perdices.
Eduardo que está al tanto se percata de mi gesto.
A los pocos minutos arranca el bando y consigue derribar una. Bien Edu, exclamo yo.
Continuamos la marcha por la viña. A continuación nos dejamos caer por un barranco y cazamos la zona del pla.
Amadeo prueba un torcaz que iba a las nubes y ni se inmuta. Muy alto, le digo.
Mientras tanto, las perdices ni verlas.
Eduardo que va por abajo tumba en el mismo campo una liebre y un conejo. Se entretiene un rato cobrándolos, pues no lleva perro, pero otro cazador de otra cuadrilla se hace con ella, tanto es así que se la había echado al zurrón. La insistencia de Eduardo al preguntar repetidamente por la liebre que iba pinchada al final da resultado y la liebre aparece.
Amadeo y yo esperamos mientras tanto en la otra punta del bancal.
La mano se detiene cuando uno de la cuadrilla se para por alguna razón, bien sea para atarse las botas o para cobrar una pieza. Y es que cazar con esta gente da gusto, aunque en este caso la caza brille por su ausencia. He cazado  con personas que se dicen cazadores que nada más bajar del coche ya la has perdido de vista.
Proseguimos la caminata. Andar dentro de la viña no resulta del todo incómodo, pues la mayoría de los campos están aún sin labrar y el terreno está duro como una piedra, quitando algún que otro campo que ha sido desfondado.
El calor va haciendo mella. Aún no eran las 10 y el calor ya empezaba a ser insoportable. No es bueno para la caza que haga tanto calor.
Nos dirigimos hacia los coches para almorzar.
Eduardo y Amadeo sacan el almuerzo y la bebida que comparten amablemente conmigo. Edu que ya me conoce y sabe que soy un despistado siempre coge una barra de pan más y una lata de atún. El bocadillo sea el que sea no sabe igual en el campo que en la barra de un bar. De hecho, yo en el campo soy capaz de tomármelo hasta de membrillo, que detesto. Da igual que el pan esté congelado o  que el atún no sea Calvo, aquello sabía a gloria bendita.
Durante el almuerzo comentamos que con este calor hubiera sido preferible retrasar la apertura de la veda un par de semanas más para que la perdiz esté más fuerte. También lo idóneo de limitar el número de tiros a dos como en muchos sitios ya se hace. Edu me comenta que ya lo propuso en la asamblea y que tras insistir en que se sometiera a votación, tampoco querían, finalmente ganó el no, o sea, proseguir con los tres tiros como hasta ahora. Tras la “charraeta” de rigor llega el momento de levantar la mesa.
De momento, Eduardo ya llevaba en el zurrón una perdiz, una liebre y un conejo. Amadeo y yo como se dice en la jerga, pala.
Visto lo visto, decidimos coger los coches y cambiar de zona, a ver si así se nos daba mejor. Había que intentarlo, al menos.
Aparcamos a la orilla de un camino y entramos a una viña. Nada más pisarla Amadeo abate su primera pieza del día, una liebre.
Doble suerte. Abatirla y estar cerca del coche.
En plan jocoso le digo que las liebres hay que abatirlas al salir o al llegar al coche, pero nunca lejos de él para no tener que cargar con ellas.
Dicho y hecho.
A los pocos minutos de Amadeo llenar el zurrón, ahora la ocasión es mía.
Una liebre que viene cruzada huyendo de Eduardo que iba de punta cruza por el radio de muerte y consigo abatirla de un certero disparo.
Voy al coche que estaba a pocos metros para no cargar con ella.
La profecía se cumple.
De momento, ya no hacemos pala ni Amadeo ni yo. Tal y como se presentaba el día no estaba nada mal, a tenor de cómo se habían dado las primeras horas.
Yo barruntaba que me iba a casa de vacío.
Seguimos andando por la viña y antes de terminar el campo me sale otra liebre que engancho por detrás y que Amadeo a falta de perro termina por derribar, si bien el animal tenía poco recorrido.
Eran casi las 11 cuando llega el momento de sacar los perros. Aquí nos separamos. Edu y Amadeo se van a otra zona y yo decido quedarme cerca de casa, pues no tenía intención de cazar mucho tiempo más.
Saco a mi perrita Sénia que estaba ansiosa por salir al campo, no siendo consciente del calor que hacía. Cojo la viña del transformador y al final del emparrado abato un conejo.
Tenía intención de coger un par de campos más cuando me encuentro con otra cuadrilla que veían cara a mí, así que decido regresar a casa. Además, con el calor que hacía no apetecía demasiado seguir en el monte. Tampoco para el perro que lo pasa fatal con estos calores impropios para esta época del año.
Ya de regreso, yerro una liebre. De primer tiro la podía haber abatido y el segundo fue intuitivo porque la perdí entre tanto espesor.
Sénia agradece la decisión de retirarnos, pegándose un chapuzón en la piscina.
Fin de jornada.
A la una nos vimos en el bar del pueblo para comentar los últimos lances, poco que contar pues la jornada había sido bastante aciaga.
No obstante y como la pasión como cazador nos puede, ya estoy  deseando que llegue el domingo para reunirme de nuevo con la cuadrilla y dar una vuelta por el campo. Y si es posible poder tirar a las patirrojas.
                                                         

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