lunes, 28 de noviembre de 2011

De caza en El Bonillo

El hecho de haber sufrido quemaduras de primer grado según el diagnostico del médico que me atendió no impidió que me fuera a cazar.
Tras pasar una jornada de caza en Peñadorada tirando a las palomas, cogí el coche y me dirigí a un pueblo cercano a Ossa de Montiel que se llama  El Bonillo, concretamente a la finca de caza intensiva Casa Emilia que regenta Tomás Martínez.
Antes de salir a cazar repongo fuerzas y Emilia, su mujer, me prepara una fideúa de primero y bacalao con tomate de segundo plato. De postre unas deliciosas natillas caseras.
El coto dispone de restaurante y casa rural. Suele haber pescado fresco, normalmente dorada, lubina o pescado de temporada. Emilia tiene muy buenas manos para los fogones. Por encargo, si quieres, te hace unas migas para chuparse los dedos. También se atreve con el arroz, a pesar de estar en tierras castellano manchegas.
Tras un pequeño receso de apenas unos minutos emprendemos la salida. Me acompaña en esta ocasión el hijo de Tomás que también se llama como su padre y que ese día casualmente había salido antes del colegio. También, cómo no,  Sénia y un cachorro de labrador de nombre León, propiedad de Tomás de apenas seis meses, pero que ya es conveniente sacarlo al monte para que se acostumbre a los tiros y se inicie en la caza.
Al pagar a tanto la perdiz todas las cuadrillas llevan un acompañante que se encarga de llevar las perdices del grupo y de contar el número de perdices abatidas. Pese a ser un coto de caza intensiva la perdiz que suelta Tomás es bastante buena en comparación con lo que he visto en otros cotos. Lleva varias semanas en el monte y es una perdiz fuerte, de estampa bonita, de patas y pico rojo como mandan los cánones, que peona mucho y da mucho juego al cazador. Además, el cazadero, cerca de 1500 has, es bueno con lomas y barrancos y algún perdido de almendros y viña.
Sin embargo, hace falta que llueva para que la perdiz cambie la pluma, permude, y coma verde, no solo pienso. De esta manera cogerá más fuerza. Aún hace demasiado calor y no ha llovido en varias semanas, yo diría que incluso meses, y la perdiz se resiente por ello. Tal es así, que se aproximan a la casa a beber de los goteros que hay junto a los árboles que rodean la masía. Tomás no es partidario de poner bebederos porque dice que transmiten enfermedades. En fin, él es el entendido y sabe más que nadie de estas cosas.
Tardamos en tirar a las perdices. Bromeo con Tomás y le digo si han soltado perdices o todavía están en la jaula.
El conejo se ha recuperado algo tras un año muy malo debido a la mixomatosis. Pero no es momento de tirar a los conejos sino a las patirrojas.
Vuela algún que otro torcaz de las carrascas, pero ninguno a tiro. Dada la hora que es todavía están sesteando. Estos animales saben guardar las distancias. Al ir cazando en mano salen largos. De las carrascas sale también algún que otro tordo, pero también fuera de tiro. Es complicado tirar a los zorzales al salto, prefiero hacerlo en puesto fijo.
Tras un buen rato por el monte, sin pegar un tiro y con un calor sofocante, Sénia se queda de muestra en un ribazo. Arranca la perdiz y como un pasmarote me quedo mirándola y lo que suele ocurrir en estos casos: levanto la cara y yerro el tiro. Mal comienzo.
Tomás que es muy prudente no dice nada.
Continuamos.
Debido al calor que hace la perdiz aunque sea de granja y que de tonta no tiene un pelo o mejor dicho una pluma se resguarda bajo las carrascas, buscando la sombra.
Afortunadamente, encontramos una pequeña acequia que lleva algo de agua. Aprovechamos para que los perros se refresquen y beban. Aquello era algo parecido a encontrar un oasis en el desierto. Nadie diría que estamos en otoño.
Ni Tomás ni yo nos acordamos de coger agua, así que a nosotros nos tocará esperar hasta que lleguemos a la casa. Bien merecido por no ser previsores.
Empezamos a ver los primeros bandos de perdices. Se cuentan por decenas. Esta vez estoy más certero y tumbo una que la perra tiene que bajar barranco abajo para cobrarla.
La jornada se está dando bien, a pesar del calor.
Lo bueno de este coto es que tienes que patear el monte para dar con las patirrojas. No salen a batiburrillo y sobre todo, y esto es lo importante nunca tienes la sensación de que estás tirando a perdices de granja. Y conforme avance la temporada esta sensación es mayor. Otros años yo he ido al Bonillo a partir del mes de noviembre. La perdiz está más hecha. Hay muchos cotos ya en España, incluso sociedades de cazadores, que retrasan la apertura de la veda, concretamente la caza de la perdiz, al mes de noviembre.
Se ve revolotear mucha paloma. Sobre las piedras de una casa en ruinas se hacinan más de un centenar. Le pregunto si se les puede tirar a lo que Tomás me responde afirmativamente. Pruebo una que bajo de las alturas.
Va avanzando la tarde y también la percha de perdices.
No tenía intención de matar más de media docena, pero cuando nos dimos cuenta había doblado el número. Así que ya era hora de regresar a casa y dar la jornada por concluida. Otro día más. En la caza al igual que en la vida no hay que ser nunca avaricioso.
                                     

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