Este sábado anduve de ojeo. El escenario: Ossa de Montiel. La Finca : La Sierrecilla. Los organizadores: Fran e Isaac.
Fran e Isaac son hijos de Venerando Gómez, una institución en el mundo de la caza en Castilla La Mancha y que lamentablemente nos dejó hace un par de años, pero que supo transmitir a sus hijos la pasión por la caza.
A las 6 de la madrugada sonó el despertador. La anoche antes preparé todo lo necesario para ir al ojeo. Eché un vistazo a la previsión del tiempo, pero por si acaso el chubasquero siempre me acompaña, aunque esta vez hubieran sido más útiles las gafas de sol y el bañador.
A las 8,30 llegué a Ossa de Montiel. El viaje, bastante tranquilo. La carretera poco transitada y algunos bancos de niebla.
Pasado Barrax, control de velocidad de la Guardia Civil. Justo en el momento de pasar junto a ellos estaban colocando el coche con el radar en un sitio estratégico para “cazar”- nunca mejor dicho- a los conductores q sobrepasen la velocidad, en una carretera, dicho sea de paso, que no reviste ninguna peligrosidad.
Para q se hagan una idea, les describo someramente la situación. El coche se encontraba camuflado tras una mata espesa y alta y situado en una recta en la que no se pueden rebasar los 100 kms/hora. Unos metros más adelante se encontraba otro coche patrulla encargado de hacer el alto. Estamos próximos a la Navidad y hay que recaudar como sea. No encuentro otra explicación.
No es necesario que les diga que cuando el radar está funcionando la mayoría de los coches que transitan por esa carretera caen con mosquitos. Afortunadamente, no fue mi caso.
Dejando a un lado esta anécdota, vamos a lo q nos ocupa y preocupa. La Caza.
A las 9 en punto nos vimos en una conocida churrería de Ossa, donde desayunamos unos espléndidos churros con chocolate. Aprovechamos que nos encontrábamos allí todos para hacer el sorteo.
Entre los cazadores que acudieron al ojeo, me alegre enormemente de ver a mi buen amigo y gran cazador Ramón Ferrero, bastante recuperado del infarto cerebral que sufrió el mes de marzo pasado. Le acompañaba su hijo Ramón.
No podía faltar Rafael Albelda – el marqueset- y su hijo Rafa, asiduos a este tipo de cacerías.
Tras terminar el último suspiro de chocolate, subimos a los coches y nos dirigimos a la finca.
Entre unas cosas y otras, hasta las 11 no estábamos en los puestos. El secretario encargado de acompañarme en esta ocasión, como en las otras anteriores, es Horacio y sus dos perros, un bretón y un podenco, llamado Xulo que recogió abandonado con a penas unos meses y que promete mucho, pues no deja perdiz en el monte. Listo como el solo. Tampoco el bretón se queda atrás.
Comienzo errando las primeras perdices de la mañana.
Esta modalidad de caza parece fácil, pero requiere de técnica como cualquier otra y hay que correr bien la mano sino los tiros se quedan traseros. Las perdices entran a los puestos a mucha velocidad y hay que adelantar mucho el disparo si quieres bajarlas.
La perdiz que entra de pico tiene también su intríngulis.
Lo más emocionante es oír a los ojeadores aproximarse a los puestos de ojeo. Es apasionante.
Fran es uno de los que va en la cuadrilla haciendo de bandera junto al resto de ojeadores. Es muy importante batir bien la zona porque el éxito de la cacería depende de cómo se haga el ojeo. Las perdices son muy querenciosas y hay que entrarles bien sino se escurren y no entran a los puestos para desesperación de cazadores y ojeadores.
El buen saber y hacer de Fran hace que el ojeo sea un éxito.
Las perdices se dirigen a los puestos como proyectiles para disfrute de los cazadores.
Entre ojeo y ojeo, parada obligada es el taco.
Pepa, madre de Fran e Isaac, es la encargada de preparar la suculenta comida. Espléndida como siempre la tortilla de patata. El jamón, el queso y el buen vino no podían faltar en la mesa.
Con la barriga llena, prosigue el ojeo.
Las perdices volaron bien y dieron su juego.
Los perros ayudan a cobrar las perdices abatidas, aunque a Horacio es difícil que se le pierda alguna.
El ojeo está llegando a su fin y apuramos los últimos disparos.
El cara y cruz último prometía mucho, sin embargo, entraron pocas perdices, al menos, en el puesto en el que yo me encontraba. A priori era el mejor de todos, ya que los puestos estaban situados dentro de un barranco y la perdiz cogía mucha altura.
Ya en los coches procedimos a hacer la foto de rigor y a repartir como buenos compañeros las perdices abatidas
No hay comentarios:
Publicar un comentario