domingo, 4 de mayo de 2014

A mi amigo Ramón





 

Aunque me sigue apasionando la caza, salgo mucho menos que antes a practicar mi afición preferida. La razón no es otra que ya no me acompaña en mis viajes cinegéticos mi buen amigo Ramón Ferrero.

Ramón sufrió hace cuatro años un ictus cerebral, del cual se recupera favorablemente. Sin embargo, ya nada es igual.


En los años que llevo cazando no he conocido a una persona que sepa más de caza. Era algo innato en él como el buen estudiante al que le basta leer la lección para aprendérsela al segundo y recitarla de memoria.

Sabía dónde ponerse en cada momento y cómo entrarle a las perdices para no tirarlas fuera del coto y poderles disparar, aunque fuera la primera vez que pisara la finca. Cuántas veces me ha dicho Patri ponte ahí. Y no fallaba. Tenía un sexto sentido.

A parte de una buena escopeta, que lo era, sobre todo, en puesto fijo, torcaz y tordo, Ramón tenía una serie de cualidades para la práctica cinegética envidiables.

Acompañado de su vieja Beretta 303 de la que no quería desprenderse por nada del mundo y de su perrita Perla, primero y Mary después, a las que sólo les faltaba hablar, era un auténtico gustazo verlo disparar, bajando piezas a las que ni usted ni yo, probablemente, se nos ocurriría dispararles. Si tenías a Ramón en el puesto de al lado, rara era la vez que no te doblaba o triplicaba las piezas.

La forma física que fue perdiendo con los años, la contrarrestaba con ese sentido que no se aprende sino que se nace con él. Hay cosas en la vida que se pueden depurar y mejorar, pero otras se tienen o no se tienen y Ramón era esa clase de persona que había nacido para ser cazador, además de un gran aficionado al fútbol, su Real Madrid de toda la vida.

De todos los cotos en los que ha cazado y doy fe que se ha recorrido media España, tenía una predilección especial por uno en concreto: Peñadorada. También yo.

Tenía, además, una gran amistad con el encargado de la finca, Venerando Gómez.

A Ramón le gustaba la caza en el sentido más amplio de la palabra. No sólo disfrutaba cuando llevaba la escopeta, también cuando no portaba el arma. Muchos cazadores lo son sólo cuando llevan la escopeta, olvidándose con frecuencia que la caza es mucho más que llevar un hierro bajo el brazo. Es amor a la naturaleza y Ramón era muy consciente de ello.

Hemos hecho muchos viajes juntos fuera de la temporada de caza para poner comida en los comederos o llenar los bebederos, sin pegar un tiro. Simplemente por el hecho de pasar un día en el campo, disfrutando de la naturaleza. Raro era el día que no me llamara para recogerme e irnos a ver la finca. Fuera a cazar o no.

A Ramón lo conozco más de treinta años. Por aquel entones yo era un joven imberbe que empezaba a cazar, pertrechado con una Franchi repetidora que le compré a mi cuñado por 25.000 pesetas de las de entonces. Fue en un pueblecito de Teruel, Calamocha, durante la media veda.  Un paraíso para la codorniz. Yo iba en compañía de mi padre y de Paco Sanchis.

Con Paco Sanchis empecé mis primeros escarceos cinegéticos.

A raíz de aquel encuentro trabamos una buena amistad que todavía perdura, a pesar de que ahora nos veamos muy poco.

Tengo muchas anécdotas que darían para escribir un libro. Pero de todas ellas me quedo con una.

Fuimos una cuadrilla a cazar al torcaz a una finca de La Mancha. Creo que era en Reolid. Ramón y yo nos pusimos en un campo de maíz. Recuerdo que hacía un calor insufrible. El  maízal estaba regado por unos pivots inmensos que escupían agua por todas partes.  A lo largo de la mañana no entró ni una sola paloma. Cuando llegamos a la casa, el grupo había emprendido viaje de regreso. Normal. Ramón, sin embargo, dijo de quedarse porque la tarde podía ser buena. Yo de haber ido en mi coche me hubiera ido también, pero no era el caso, así que tenía que regresar con él y me quedé. No tenía otra opción.

Después de comer dimos varias vueltas al coto. Empezaba a caer la noche cuando oí a Ramón disparar varios tiros. Los tiros fueron repitiéndose cada vez con mayor intensidad y frecuencia. Me acerqué donde se encontraba y me dijo que me pusiera a su derecha. Un chorro de palomas entraba al dormidero. Nos fuimos con una buena percha cada uno.

A raíz del percance de salud que tuvo Ramón, el grupo se disolvió. Formábamos una buena cuadrilla: Miguel Ferrer, Antonio Chofre, Nacho Espadas, Pepe Mora (padre e hijo), Genaro Ferrero, Colo, Ernesto, Rafael, Salvador Vila, Gonzalo Ferri, Antonio Belda, Miguel Ferrero … A muchos les he perdido la pista, otros por desgracia nos han dejado para siempre.

A Ramón sólo le puedo dar las gracias por haberme transmitido como nadie la pasión por la caza y ese espíritu luchador que conservo y que trato de aplicar en la vida cada día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario