Aún me sigo
poniendo nervioso cuando me voy a cazar y la noche anterior no pegué ni ojo.
Cuando esto no me ocurra, mala señal.
Al pasar por Albacete el termómetro marcaba -
4º. Conforme me iba aproximando a mi punto de destino, la temperatura iba
subiendo hasta los 2º.
El lunes día 13
fue mi cumpleaños, así que decidí hacerme un buen regalo de onomástica porque
la ocasión lo merecía, 57 años no se cumplen todos los días y me fui a cazar a La Patirroja. Estamos ya en los últimos días de temporada y hay que
aprovecharlos al máximo. Se cierra el día 8 de febrero.
Poco antes de
las 10 llegaba a El Bonillo. En la casa me esperaba Nicolás. Lo escribí en mi anterior reseña y lo repito en esta:
llevar a alguien al lado de compañero de caza como Nicolás facilita mucho las cosas. Se conoce la querencia de las
perdices como pocos, no en vano ha sido guarda de caza mayor y menor en una
finca de Munera. Poco hay que explicarle de lo que es la caza.
Al llegar a la
finca, la tierra era pura escarcha, sobre todo, en las zonas más húmedas de la
umbría donde los rayos de sol aún no habían penetrado. Sin embargo, a última
hora de la mañana, como se aprecia en la foto, ya nos sobraba algo de ropa.
En la finca de
al lado habían organizado un ojeo de perdices. Se oía el repicar entrecortado
de los disparos.
Nosotros cazamos
a palo mata en el mismo lote que el último día. Una orografía ondulada de
barrancos, siembras, almendros entre carrascas y esparteras, con una alta
densidad de perdices.
Antes de salir,
ya me advirtió Nicolás que la perdiz
estaba muy fuerte. No se equivocó lo más mínimo. Apeona mucho y da pocas
opciones. Yendo uno solo es más complicado porque no mueves tanta caza. Lo
ideal es ir un par de escopetas y así puedes tirar a perdices enviadas, sobre
todo en las lomas y barrancos, donde el que va por debajo disfruta de lo lindo.
La siembra
empieza a despuntar. El verde contrasta con el color rojizo característico de
la tierra manchega. Los caminos son un reguero de comida.
El primer lance
fue a un conejo que movió Syrah, que
anduvo muy fuerte durante toda la mañana, levantando muchos bandos de perdices,
sacándolos fuera de tiro, lo que me llevó a desperdiciar muchas oportunidades.
Vimos muchas
perdices. Yo creo que de todos los viajes que he hecho a este coto es el día
que más perdices he visto. La perra iba loca y yo también. De hecho, nada más
empezar la mañana me pegué un buen porrazo. No vi el agujero de una madriguera
y me caí de bruces. Aún me dura el hinchazón justo debajo de la rodilla.
Dentro de un
pequeño arroyo por donde discurría bastante agua se movieron bastantes tordos
entre las zarzas. Otro día que vaya, llevaré plomo más fino. Tirar al tordo al
salto es más complicado que en puesto fijo. Rompen muy rápidos y en vuelo
zigzagueante.
Erré tres
perdices muy buenas y un conejo que arrancó detrás de una retama cuando me
encontraba hablando con Nicolás.
Otras dos hicieron la torre y las pudimos cobrar. Están muy duras y si no
centras bien el tiro, no te haces con ellas.
En la segunda
vuelta después del taco, solo pude tirar a dos perdices, colgándome una que Syrah la cobró de ala, tras caer a una
siembra y meterse en el monte. La trajo viva. No aprieta nada la caza.
Al final la
percha no fue del todo mal: 8 perdices y 1 conejo, tras más de cuatro horas de caminata. Para reponer
fuerzas, paré a tomar algo en el restaurante El Cruce de Barrax, que me pilla a medio camino y me tomé un plato
de sopa castellana que me ayudó a sobrellevar mejor el intenso frío de la
mañana.
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