Quiero aprovechar los pocos días que quedan para terminar el año como más me gusta: cazando. Este es mi sexto viaje al Bonillo en lo que va de temporada y espero que no sea el último.
Antes de llegar a Munera, a pocos kilómetros de la población manchega, el conductor de un vehículo que venía en dirección contraria me indica con un gesto con el brazo extendido que reduzca la velocidad.
Obviamente, le hago caso, pensando que había un accidente y menos mal porque a pocos metros y escondido detrás de una mata había un coche camuflado de la DGT en un tramo de carretera limitado a cien kilómetros por hora. En concreto, en la recta que hay antes de llegar a Munera. No es necesario que les diga que esta carretera no reviste ninguna peligrosidad ni se ha producido ningún accidente mortal en ella ni tampoco es un punto negro de los numerosos que hay en las carreteras españolas y que siguen sin arreglarse a pesar de los muertos que cada año se registran en ellas. Uno podría llegar a entender que se pusieran radares en lugares peligrosos para evitar accidentes, pero no es ésa la función de la DGT y menos en esta época del año en la que hay que pagar la extra de navidad. Es otra bien distinta, recaudar. Siempre ha sido así.
Lógicamente, no pude ver la matricula del coche ni la persona que lo conducía, pero desde estas páginas quiero aprovechar la ocasión y agradecerle el gesto que tuvo conmigo, aún sabiendo que cometió una infracción como es la de avisar a otro conductor de la presencia de un radar. Acción ésta que es objeto de sanción.
Dicho esto. Vamos al tema que nos ocupa y sobre el que me gustaría escribir unas líneas y que no es otro que hablarles de caza y más en concreto relatarles un día de caza en el Bonillo en el coto La Cruz del Viso.
Con puntualidad británica estaban esperándome en el Bonillo Pepe Sala y Pepe Tortosa. Cuando yo llegué acababan de bajar a los perros del coche para que hicieran sus necesidades.
En esta ocasión sería Juan Antonio, persona de confianza de Tomás, el encargado de acompañarnos durante la cacería.
El hijo de Tomás se encontraba en clase apurando los últimos días antes de las vacaciones de navidad y no pudo venir con nosotros.
También hoy como ya ocurrió la semana pasada, Tomás nos mandó a otra parte de la finca en la que tampoco habíamos cazado con anterioridad o al menos yo no lo recuerdo, aunque según Sala que tiene más memoria que yo, ya habíamos cazado allí la temporada pasada. Sea como fuere la cuestión es que íbamos a cazar, el cazadero era lo de menos.
Tomás va cambiando a los grupos de cazadores de zonas para no castigar demasiado a las perdices y no machacarlas, es un modo de evitar cazar siempre en el mismo sitio con lo cual das un respiro a las perdices. El coto tiene 1.500 has, con lo que hay terreno más que suficiente para cazar y dejar algunas zonas de reserva como obliga el plan cinegético.
Entro en un campo que había sido desfondado – incómodo de pisar como todos los campos desfondados, y de los terrones arranca una perdiz que logró derribar. Empieza bien la mañana. Ninguno de mis compañeros se había estrenado aún. Sénia me la trae a la mano.
Juan Antonio va por el linde metiendo perdices. Sala le marca de cerca como si un defensa de fútbol se tratase. Sabe que con él al lado va a tirar seguro a las perdices.
Me detengo para que Juan Antonio vaya adelantándose y al poco tiempo mete una barra de perdices tipo ojeo que pasan a una veintena de metros de donde yo estaba. Descuelgo una. Todavía deben de quedar plumas en el suelo del pelotazo que pegó.
De debajo de un ribazo arranca otra patirroja. Tiro trasero y como se dice en estos casos la perdiz a criar. Este mismo día fallé dos perdices de tiro similar. De arriba abajo. Tengo que practicar este tiro cuando vaya a los recorridos de caza, que precisamente sirven para mejorar y enmendar los errores que cometemos cuando vamos a cazar.
Sigo parado a la espera de que Juan Antonio, que va de punta se adelante para llevar bien la mano. El que va por el linde debe ir adelantado para meter las perdices dentro. Si yo me adelanto a él lo que puedo conseguir es tirar las perdices fuera del coto y todo el trabajo ha resultado en balde.
Al poco rato, logra meter otro bando de perdices en el coto. Engancho una por bajo que cae bastante lejos y que más tarde cobraríamos, en este caso con la ayuda de Juan Antonio.
Tortosa va a mi derecha por bajo. En mi opinión, demasiado lejos. Conviene ir más juntos y también más despacio para dejar cazar a los perros. Y más esta perdiz que aguanta más en el campo que la otra.
A Tortosa apenas se le oye disparar. No así a Sala que va colgándose las primeras perdices de la mañana.
A mí tampoco se me está dando mal el día. Aprieta el calor, a pesar de estar en diciembre y haber comenzado el invierno.
Los perros aprovechan el agua de un reguero para beber en él. A mitad de la mañana fallo la mejor perdiz de todas. Le vi todos los colores. Seguramente, levanté la cara en el momento de tirar y el disparo fue alto.
Cuando nos dirigíamos a los coches y podía haber culminado el día con un doblete de perdices fallo la segunda que voló de dentro de una chopada como lo hacen los faisanes, aunque Juan Antonio me dijo que iba algo tocada.
Sala que llegó algo fatigado por el cansancio se colgó 13 perdices. Tortosa que anduvo algo despistado ese día sólo dos. Y yo me mantuve en la media de los últimos días con 8 perdices en el zurrón.
Y aprovechando que estamos en Navidad, Tomás tuvo la gentileza de obsequiarnos ese día a cada uno de nosotros con una botella de Gaudium de Marqués de Cáceres. La ocasión lo merecía.
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