El miércoles pasado apurando los últimos días que quedan para cerrar la veda subí al Bonillo.
Esta temporada y en los cotos de caza intensiva, como es el caso de La Cruz del Viso, la veda se cierra el 29 de febrero en lugar del día 8 que cierran el resto de los cotos. Es comprensible, además, que sea así, ya que se trata de perdiz sembrada. En el caso de la perdiz salvaje, en febrero, ya están emparejándose, con lo cual es conveniente cerrar la veda para dejarlas que críen y saquen polladas.
Cuando llego a la finca La Cruz del Viso me encuentro con la grata sorpresa de que Tomás había encontrado las gafas que había perdido mientras cazaba la semana anterior.
En esta ocasión eché mucho de menos a mi perrita Sénia que por una vez y sin que sirva de precedente no me acompañó en este viaje. La razón de ello es que no fui en mi coche sino en el de un amigo. Llevaba un remolque suspendido, pero si quieren que les diga la verdad, me fío muy poco de esos artilugios, a pesar de todas las medidas de seguridad que llevan y para ir todo el viaje padeciendo, preferí no llevarla.
La caza sin perro no es igual. Me atrevería a decir que no es ni caza. Los lances son como descafeinados. Tampoco pones el mismo interés cuando arranca una perdiz o te sorprende un conejo detrás de una mata. Cuando llevas el perro la cosa es diferente.
Y es que no hay nada como ir acompañado de un buen perro para disfrutar de una jornada cinegética.
Empecé bien la mañana abatiendo un palomo. Más tarde, encadené varias perdices consecutivas sin apenas errar ninguna de ellas, pero el final de la mañana fue catastrófico errando cinco patirrojas consecutivas, cuatro de ellas no tenían perdón.
La caza tiene también su punto de misterio. Igual un día lo matas todo como otro no das pie con bola. También en el tiro al plato ocurre lo mismo. Unos días estás pletórico y otros en cambio no sabes ni como ponerte la escopeta.
En esta ocasión se sumó a la cuadrilla, Fernando, que venía de La Font de la Figuera- hicimos el viaje juntos- y era la primera vez que cazaba en el Bonillo. Se colgó diez patirrojas, consiguiendo hacer dos dobletes.
El día fue muy caluroso, impropio de esta época del año. Los perros terminaron agotados al igual que el resto de la cuadrilla, alguno de los cuales entre los que me incluyo, íbamos con la lengua fuera.
La perdiz aguantaba mucho debido al calor por lo que era preciso ir acompañado de un buen perro, si querías tirar a las patirrojas. De lo contrario, tenías que contentarte con tirar a alguna revoloteada como fue mi caso.
Tortosa también cumplió con su cometido y se echó al cinto otras diez patirrojas. Sala tuvo que contentarse esta vez con colgarse la mitad, cinco perdices y una liebre.
En lo que no fallamos fue en la elección de la comida, unas deliciosas alubias rojas con perdiz que Emilia nos preparó con su buen hacer al frente de los fogones y que nos supieron a gloria bendita.