lunes, 17 de septiembre de 2018

Último día de media veda

En mi último día de media veda no me he llevado a Syrah. Está a punto de parir y no quiero cansarla.
El trayecto ha sido infernal por la densa niebla que había en la carretera y, menos mal, porque esta vez no he madrugado demasiado. De noche es aún peor conducir con niebla por la nula visibilidad.
Antes de llegar a Almansa, el indicador del coche me avisa que el nivel de aceite está bajo. En la primera gasolinera que encuentro, ya en Bonete, me detengo para comprar un litro de aceite. El encargado de la gasolinera, también cazador, me echa una mano. Miramos el manual de instrucciones para saber antes qué tipo de aceite necesita el motor. No llevo la tarjeta de la última revisión y vale la pena asegurarse antes, no sea que la pifiemos y echemos uno que no toca.
Una vez solucionado el problema, prosigo la marcha. La niebla me acompañará durante todo el trayecto hasta poco antes de llegar a Munera. A partir de ahí, cielo despejado y la conducción más relajada.
Entrando a Peñadorada veo el primer bando de perdices. Por un camino de la finca y delante del coche conté ocho o nueve perdices del terreno, algunos medio pollos todavía. Me dio tiempo para grabar el precioso momento en vídeo.
Nada más entrar a la laguna, me vuela la primera codorniz de la mañana, que fallo estrepitosamente. Le suelto los dos tiros y la pierdo de vista. Enseguida me vuela la pareja de los pies. No pude tirarle al no tener cartuchos. Los que cazan con semiautomática no tienen estos problemas, sin embargo, yo hace ya muchos años que dejé de usar repetidora y cazo con una Mateo Mendicute de tres y una estrellas, con cañón de 71. Tengo una Pedro Arrizabalaga que aún no he tenido ocasión de probar después de unos cambios que le hice a la escopeta. Habrá ocasión, aunque el segundo cañón es muy cerrado: 11 décimas.
Al no llevar perro a penas se mueve caza y eso mismo me pasó a mí, que ya no volví a volar ninguna codorniz, pese a batir bien la zona.
Bordeando la laguna, me arranca un bando de perdices. Seguro que cuando se abra la veda no me salen tan buenas ni a tiro, mostrándome los colores de la pechuga.  El bando se divide en dos. Unas vuelan dirección a Navalcaballo y las otras a Peñarubia.
De una  planta carga de espinas, alargada y estilizada, de las muchas que hay en la laguna, vuela una tórtola. Esta vez estuve más certero y la tumbo.
De vez en cuando aprovecho el agua fría y transparente de la laguna para refrescarme y mojarme la cabeza.
Tras cerca de dos horas de andar detrás de las africanas, con  muy poca fortuna por cierto, me voy al linde con Navalcaballo y aprovecho la sombra de una carrasca para descansar. El sol aprieta. De las piedras que marcan el linde de la finca vuela una perdiz solitaria.
En dirección a mi viene una paloma torcaz, que se echa sobre una carrasca. Me había pillado de espaldas y la vi cuando ya había pasado. Entre la hojarasca, trato de adivinar dónde se ha parado, pero no la localizo. Espero un rato a ver si veo algún movimiento que la delate. No me gusta tirar a pieza parada, así que decido salir.  Me despisto y me gana la partida.
Para apurar las últimas horas de la mañana y con la percha medio vacía, decido ir al barranco a probar fortuna. El río cruza todavía con agua. Al llegar con el coche se ve un cierto revuelo de palomas que andaban la mayoría sesteando en las carrascas. Monto la escopeta, y me coloco detrás de una sabina, aguanté muy poco porque ya era tarde, así que decido recoger los bártulos y poner rumbo a casa.
De camino, llamo a Toni de El Rincón de Pedro, en Almansa. Uno de los mejores sitios que conozco para comer arroces y paletilla de cabrito al horno, entre otros muchos manjares que se pueden degustar en su amplia y completa carta. Los guisos son también extraordinarios. Conviene reservar porque está siempre a reventar. Normal, con lo bien que se come y lo bien atendido que estás siempre.
Opto por un arroz meloso de bogavante, que lo bordan. El arroz está en su punto. De entrada: media ración de jamón ibérico de bellota y queso manchego curado, eso sí, con una buena orza de pan bien horneada. Para saborearlo mejor, me pido una botella de 3/8 de Marqués de Cáceres, crianza de 2012, muy rico. Entra muy suave. De postre elijo una espectacular torrija cararamelizada, con helado de canela, de las que quitan el hipo. Los postres son también de lo mejorcito de la casa. Bien comido y mejor atendido, prosigo la ruta hasta Fontanars dels Alforins, a ver si Syrah me ha hecho ya abuelo.




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