Antes de hacerse
de día ya estábamos en el campo. El domingo anterior hubo una buena entrada de
tordos y esperábamos que hoy se repitiera el mismo escenario, pero no fue así.
Seguramente, la gota fría del pasado fin de semana en Valencia y Castellón,
pero, sobre todo, en la capital de la Plana, provocó la marcha precipitada de
estos pájaros que tan buenas jornadas de caza nos hacen pasar a los cazadores.
Cuando íbamos a
colocarnos en el puesto y el sol embriagaba de colores el horizonte, Genaro vuela un bando de perdices. Oigo
el estruendo que provocan al volar y me preparo. Hacia donde yo estoy, viene en
dirección a mí un auténtico proyectil, que en una maniobra alucinante en el
aire y en cuestión de segundos quiebra al verme. Me apresuro a tirarle y hago
el tiro trasero.
Al no haber
entrada de tordos, decidimos dar una mano a la perdiz. En el monte era un
revuelo constante de tordos. De cada sabina salía uno. Les encanta comer el
fruto de la sabina, la gallufa.
Cazar al salto
al tordo es muy difícil porque la mayoría salen soliviantados y muy esquivos,
pero su caza es realmente apasionante.
Genaro derriba uno que iba bastante
alto. Le llamo la atención para que no siga tirando a los tordos mientras
estamos cazando a la perdiz. Maldita la gracia volar un bando de perdices
cuando estás encima de ellas por tirar a un tordo.
La caminata
detrás de la patirrojas fue larga, aunque el día acompañó.
Los nubarrones que
oscurecían el cielo hacían presagiar que la lluvia no tardaría en llegar. Los
pronósticos meteorológicos anunciaban una caída considerable de las
temperaturas de más de 10 grados.
En el linde de Peñarubia me vuelan dos perdices. Apunto
a la primera y la derribo. Esta vez sí que estuve rápido porque solo dio opción
a un tiro. Cuando voy a recogerla llevaba una anilla amarilla en una de sus
patas. Seguramente de una suelta de tiempo atrás. No ponía ninguna fecha, con
lo cual, no era posible saber cuánto tiempo llevaba en el campo, pero por la
forma en la que arrancó debía ser ya veterana, curtida en varios campos de
batalla.
Cuando se recoge
un animal anillado conviene comunicarlo a la guardería de la finca para que
controlen el censo, aunque es muy posible que fuera del coto de al lado donde
suelen repoblar.
En la misma
loma, tiro a un conejo mal tirado. Me echo la escopeta a la cara, pero sin
apuntar, con el arma levantada y lógicamente el tiro se fue alto y el conejo,
como se dice, a criar.
Conejos hay muy
pocos en la finca y eso que Peñadorada ha
sido un coto fundamentalmente conejero con cientos de majanos dispersados por
toda la finca, que sirven de refugio a los lagomorfos. Es posible que más
adelante se vean más conejos cuando
llegue el frío y llueva porque ahora están encerrados en los majanos y en las
bocas de las madrigueras.
Liebres no he
visto ninguna, pero me dice Fran que
ya se han visto algunos ejemplares enfermos de mixomatosis en Ossa de Montiel.
En muchos pueblos de Castilla La Mancha, Extremadura y Andalucía, donde ya ha
saltado la alarma, se ha prohibido su caza.
Rodeando la
laguna, no me quise acercar mucho para no molestar a los patos porque Fran tiene previsto realizar una tirada
pronto, vuelan tres becacinas. El vuelo zigzagueante de esta pequeña ave es
espectacular.
Cerca de Navalcaballo, la finca que linda con Peñadorada, no veo ningún bando de
perdices. Cazar uno solo y, además, sin perro es muy complicado porque las
perdices te torean como quieren. Lo ideal para tratar de controlarlas es una
mano de 3 ó 4 escopetas para cubrir una mayor extensión de terreno.
Cuando estoy en
medio de las carrascas viene un torcaz de cara. Me ve y trata de hacer un giro,
pero ya era tarde. Lo engancho de primero y lo derribo de segundo.
Dentro de la
laguna, pero en la parte más seca, veo un bando de torcaces que se echa sobre
un árbol seco. Me espero de cuclillas a ver si se mueven y vienen en dirección
hacia donde yo estoy apostado. Me percato que por detrás entra otro,
seguramente al reclamo del grupo que había en el árbol. Adelanto el tiro y me
hago con él.
Pasadas las 12
me fui en dirección al coche a echar un bocado. Esta vez sí que me dio tiempo a
parar en un bar de carretera para que me prepararan un bocadillo de queso y
chorizo, uno de mis preferidos y en medio del campo saben a gloria. Ramón aún estaba en el puesto esperando
a que entrara algún zorzal. Aprovecho el asueto para charlar un rato con él.
Genaro que es incansable dice de dar
una última vuelta antes de irnos. Yo no me alejo mucho del coche. Tiro a un
conejo largo. Hago el tiro trasero. Salgo corriendo porque veo que se mete
entre unos romeros y no lo veo salir. Cuando estoy cerca de donde intuía que se
había echado, arranca como si hubiera visto al mismo demonio. Fallo el primero
y lo revuelco de segundo.
Al final de la
jornada me colgué: 1 perdiz, 3 torcaces y 1 conejo.
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