lunes, 26 de noviembre de 2018

Otro día en Peñadorada

De camino al coto me llevé el primer susto de la mañana cuando a la altura de Barrax y debido al viento que hacía cruzaron por delante del coche dos bolas gigantes de salicornios. En un primer momento pensé que se trataba de un animal, así que frené. Afortunadamente todo quedó en un susto.
En el cd del coche suena el último disco de Michael Bublé.
Aunque había quedado con  Genaro en vernos en Ossa a las 8, me llama por el móvil para decirme que me esperan en el coto. El bar de Ossa a esta hora está a rebosar de cazadores, así que decido ir directamente a Peñadorada. Genaro y Ramón me estaban esperando.
Hace mucho frío y una mañana muy desapacible, así que conviene abrigarse. Braga, chubasquero y gorro no pueden faltar en un día como hoy.
A falta de Cola Cao, Genaro me ofrece una empanadilla de tomate que me sabe a gloria bendita. Y es que en el campo las cosas saben y se disfrutan de otra manera. Hasta lo más sencillo, como pueda ser un bocadillo de tortilla a la francesa se convierte en un auténtico manjar.
Decidimos empezar a cazar por el barranco, con el aire a favor. Al poco de salir, Genaro vuela un bando de perdices que pasa por encima de mi cabeza. El pegote era de 10 ó 12.
Cuando esto ocurre, lo mejor es centrarte en una de ellas. No desviar la atención en el resto Y si la abates, buscar otra para el doblete. Si no es así repetir a la misma pieza. Si te ciegas en el bando, que es lo que me pasó a mí, al final no matas ninguna.
El bando rompió a izquierda y derecha. Yo no supe a cual tirar y al final desperdicie esta ocasión, que ya no volvería a repetirse en toda la mañana.
El campo está precioso en esta época del año. Las siembras empiezan a verdear, aprovechando las últimas lluvias.
Syrah va muy larga y me estropeó varios lances. Es una pena porque afición no le falta, pero saca de tiro muchas perdices y las pocas oportunidades que te dan hay que aprovecharlas al máximo.
Arriba de la casa, sale una perdiz de una  mata a pocos metros de donde yo estaba. Hago el tiro por bajo y consigo hacerle plumas, pero no me hago con ella.
Mal comienzo. Anduve un buen rato por el monte  sin pegar ni un solo tiro. Así que decido coger el coche e irme a la laguna a probar suerte.
Vi  volar una becacina y las fochas en el centro de la laguna, que hicieron amago de volar, pero que no salieron del cañizo. Cuando quiero ir al linde con Navalcaballo porque allí siempre hay algún bando de perdices salvajes empieza a chispear. Antes de coger un buen resfriado, doy la media vuelta, sin llegar a coger el linde.
Me subo de nuevo al coche. Cuando cojo el camino de Peñarubia, veo 3 perdices pegadas a la valla. Me bajo del coche para hacerlas volar. Se echan al monte. Veo donde se tiran y salgo tras ellas, pero no conseguí volver a volarlas.
Dejo el coche en la primera de las entradas a la finca. Cuando me detengo al lado de la carrasca, las veo de peón. Al salir del coche vuela un bando del otro lado del camino. Está claro que hoy no es mi día.
Voy a por ellas, pero tampoco tuve suerte. Desaparecieron como si se las hubiera tragado la tierra. Solo a última hora  de la mañana conseguí colgarme una, tras errar un par de ellas.
Ya de camino a casa, llamo al Rincón de Pedro, para que me guarden un sitio en la barra. El restaurante está a rebosar como siempre, pero Pedro me dice que vaya, que me hará un hueco.
Cuando llego al restaurante apenas tengo que esperar. Toni, el encargado de la barra y de que nada falle, me va poniendo algo de picoteo para hacer buche antes de sacar un delicioso arroz de bogavante que lo bordan en esta casa, como todo lo que hacen. Muy recomendable también el lechazo. De postre, unas deliciosas torrijas caramelizadas con helado de mandarina. Perdices no maté, pero comí como Dios.








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