De camino al
coto me llevé el primer susto de la mañana cuando a la altura de Barrax y
debido al viento que hacía cruzaron por delante del coche dos bolas gigantes de
salicornios. En un primer momento pensé que se trataba de un animal, así que
frené. Afortunadamente todo quedó en un susto.
En el cd del
coche suena el último disco de Michael
Bublé.
Aunque había
quedado con Genaro en vernos en Ossa a las 8, me llama por el móvil para
decirme que me esperan en el coto. El bar de Ossa a esta hora está a rebosar de
cazadores, así que decido ir directamente a Peñadorada. Genaro y Ramón me
estaban esperando.
Hace mucho frío
y una mañana muy desapacible, así que conviene abrigarse. Braga, chubasquero y
gorro no pueden faltar en un día como hoy.
A falta de Cola
Cao, Genaro me ofrece una
empanadilla de tomate que me sabe a gloria bendita. Y es que en el campo las
cosas saben y se disfrutan de otra manera. Hasta lo más sencillo, como pueda
ser un bocadillo de tortilla a la francesa se convierte en un auténtico manjar.
Decidimos
empezar a cazar por el barranco, con el aire a favor. Al poco de salir, Genaro vuela un bando de perdices que
pasa por encima de mi cabeza. El pegote era de 10 ó 12.
Cuando esto
ocurre, lo mejor es centrarte en una de ellas. No desviar la atención en el
resto Y si la abates, buscar otra para el doblete. Si no es así repetir a la
misma pieza. Si te ciegas en el bando, que es lo que me pasó a mí, al final no
matas ninguna.
El bando rompió
a izquierda y derecha. Yo no supe a cual tirar y al final desperdicie esta
ocasión, que ya no volvería a repetirse en toda la mañana.
El campo está
precioso en esta época del año. Las siembras empiezan a verdear, aprovechando
las últimas lluvias.
Syrah va muy larga y me estropeó varios
lances. Es una pena porque afición no le falta, pero saca de tiro muchas
perdices y las pocas oportunidades que te dan hay que aprovecharlas al máximo.
Arriba de la
casa, sale una perdiz de una mata a
pocos metros de donde yo estaba. Hago el tiro por bajo y consigo hacerle plumas,
pero no me hago con ella.
Mal comienzo. Anduve
un buen rato por el monte sin pegar ni
un solo tiro. Así que decido coger el coche e irme a la laguna a probar suerte.
Vi volar una becacina y las fochas en el centro
de la laguna, que hicieron amago de volar, pero que no salieron del cañizo. Cuando
quiero ir al linde con Navalcaballo porque
allí siempre hay algún bando de perdices salvajes empieza a chispear. Antes de
coger un buen resfriado, doy la media vuelta, sin llegar a coger el linde.
Me subo de nuevo
al coche. Cuando cojo el camino de
Peñarubia, veo 3 perdices pegadas a la valla. Me bajo del coche para
hacerlas volar. Se echan al monte. Veo donde se tiran y salgo tras ellas, pero
no conseguí volver a volarlas.
Dejo el coche en
la primera de las entradas a la finca. Cuando me detengo al lado de la
carrasca, las veo de peón. Al salir del coche vuela un bando del otro lado del
camino. Está claro que hoy no es mi día.
Voy a por ellas,
pero tampoco tuve suerte. Desaparecieron como si se las hubiera tragado la
tierra. Solo a última hora de la mañana conseguí
colgarme una, tras errar un par de ellas.
Ya de camino a
casa, llamo al Rincón de Pedro, para que me guarden un sitio en la barra. El
restaurante está a rebosar como siempre, pero Pedro me dice que vaya, que me hará un hueco.
Cuando llego al
restaurante apenas tengo que esperar. Toni,
el encargado de la barra y de que nada falle, me va poniendo algo de picoteo para hacer buche antes de sacar un
delicioso arroz de bogavante que lo bordan en esta casa, como todo lo que hacen.
Muy recomendable también el lechazo. De postre, unas deliciosas torrijas
caramelizadas con helado de mandarina. Perdices no maté, pero comí como Dios.
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