Esta semana me llamó Genaro por teléfono para decirme si me venía bien ir este domingo y dejar descansar el siguiente. Le dije que no tenía ningún problema . Hay que ver lo fácil que resulta entenderse cuando se trata de ir a cazar. Ojalá fuera todo igual de sencillo en la vida. Las cosas nos irían mucho mejor a todos.
Al pasar por Ossa de Montiel, el termómetro marca cero grados. Al llegar a la finca de Peñadorada, algo más: 3, 5 grados. El cielo está raso y no hace viento. Es un frío seco que no cala en los huesos. Con un poco de abrigo es suficiente.
Genaro y su perrita Mari, un auténtico todoterreno (Foto: PSG) |
Se oye el sonido
de las motosierras cortando leña de olivo. Vendrá muy bien acopiarse de leña
este invierno para encender la chimenea.
Nada más salir, Genaro se percata de un bando de
perdices, que ve de peón. Salimos tras ellas. Yo vuelo una en dirección a donde
esta él, que pasa como un auténtico
proyectil.
Esta vez no me
ha acompañado Syrah. He de llevarla más corta cazando porque me malogra
muchos lances.
Cuando voy por
arriba del barranco, me asomo y veo a lo
lejos un conejo parado. Está muy largo, pero decido probar suerte. Muy cerca
tiene la boca y se mete. Tenía que haberle disparado con el segundo cañón, que
es más cerrado. A falta de selector, los dos gatillos son perfectos para estas
ocasiones. Muy útil para los ojeos porque te permite jugar con ambos cañones,
dependiendo de la distancia de donde venga la pieza, pudiendo abrir o cerrar
más el tiro.
La perdiz con
frío aguanta más. Si hace viento, mucho mejor. No sale tan larga. Cuando
llevábamos un buen rato caminando,
arranca de detrás de un romero una perdiz. La engancho de primero.
Genaro cruza por un sembrado. Oigo un
disparo. Una perdiz ojeada viene en dirección a mí. Me agacho. Trata de quebrar
al verme. La dejo pasar y la abato. Cae al lado de una sabina. El primer tiro
lo tenía que haber efectuado de pico, porque es más fácil. Si dejas pasar la pieza, corres el riesgo de que
te gane la partida. Es un tiro a tenazón, donde te lo juegas todo a una carta.
Hoy me ha pasado
una anécdota muy graciosa, que no me había ocurrido nunca Y eso que llevo ya
algunos años cazando y he vivido innumerables situaciones de todo tipo, pero
ninguna como la de hoy.
Había cogido el
coche para ir a Navalcaballo. Detrás
de mí venia Ramón, también en coche.
En el camino veo dos perdices. Le indico a Ramón
con la mano que pare. Yo me desvío un poco del camino y me bajo sigilosamente
del coche con la escopeta, esperando a que vuelen. Salen como un rayo. Engancho
a una de ellas de segundo tiro. Cae como una pelota en un perdido. Hasta aquí
todo normal. Cuando voy a cogerla se levanta y arrea de peón. Tiro la escopeta
y salgo detrás de ella corriendo. Le
hago un placaje, como si se tratara de un partido de rugby y ya en el suelo y
con la perdiz en la mano, se me escapa y echa a volar. Imagínense la cara de
tonto que se me quedó.
Tras el gracioso incidente, cojo el linde de Navalcaballo,
pero no veo ninguna perdiz. Cerca de donde había dejado el coche, hay una zona
muy buena para el conejo, de monte bajo con sabinas y romeros. La he cazado
muchas veces, con muy buenos resultados,
pero este año apenas hay conejos. La enfermedad ha entrado con fuerza y ha
diezmado mucho la población.
Veo correr uno entre
los romeros. Yerro el primer disparo e intuyo la trayectoria que va a tomar en su huída y lo abato de segundo. Más tarde
fallaría estrepitosamente otro.
Bordeamos la
laguna, y mientras Genaro y yo íbamos hablando, vuela un bando de perdices pegado al
cañet. Mi compañero está más rápido que yo y tumba una. Al cogerla se percata
de que iba anillada. Nadie lo diría por la forma de volar. Seguramente, llevaba
mucho tiempo en el campo y apenas se distingue de las salvajes.
Pasaba ya de la
una del mediodía, cuando otra perdiz arranca cerca de un romero. Le meto hasta
el taco.
Fran e Isaac pasan con la furgoneta por uno de los caminos de la finca.
Están repasando los comederos para que no les falte comida. Me dirijo hacia ellos para saludarles cuando
vuelan dos perdices de los morros. Derribo la primera que cae de ala y la
segunda se va pinchada. Al no llevar perro, salgo corriendo para localizar la
perdiz, la veo por unos segundos de peón entre las matas, pero después ni
rastro de ella. Fran también la vio
cruzar, pero nada.
Podría haber
culminado la jornada cinegética con un doblete de perdices y me hubiera quedado
más ancho que un ocho, pero no fue posible.
La caza como el fútbol es así. Y eso es precisamente lo que la hace auténtica y
apasionante. Hasta nuestra próxima cita. Buena caza.
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