Hoy he vuelto a la finca La Gloria a cazar un rato con el hurón. Esta semana llamé a Miguel para preguntarle si iba el domingo. Al decirme que sí, le dije que contara conmigo.
Nos hemos visto en el restaurante Las Eras a las 7,15 para tomar un café. De ahí hemos ido a la casita que Miguel tiene en La Font a recoger los hurones. Tiene una pequeña huerta de habas y cebollas. Ni los perros que tiene, impiden que los conejos entren en la parcela y arrasen con las cebollas.
Alberto estuvo esta semana echando un vistazo en la finca a los bancales y vio algún conejete. Hemos cazado esas parcelas.
Con Miguel han venido también Antonio y Alberto. A Antonio no lo conocía personalmente, pero sí a su tío Genaro, gran cazador también.
Al principio de la mañana he estado muy fallón, hasta el punto que le he dicho a Miguel que me iba a casa a dejar los trastos. El primero en repicar ha sido Antonio que no ha perdonado ninguno.
De izda a dcha: Patri, Alberto, Miguel y Antonio |
Pasadas las 11 nos hemos ido al coche a tomar un bocado a la sombra de un olivo. He probado el embutido de caza mayor que compraron en Calamocha en una feria cinegética y que han traído hoy para almorzar: Chorizo, cecina y salchichón, de venado, jabalí, corzo y gamo. La verdad es que no sabría decir cuál me ha gustado más porque estaban todos buenísimos. Con un toque de picante. Además, Miguel ha traído algo que no puede faltar en cualquier cacería que se precie: una bota de vino. Ya he conseguido beber de la bota sin derramar vino ni mancharme la camisa. Para que no suba tanto a la cabeza Miguel ha mezclado tinto con rosado.
Llevamos unos meses que no cae ni una gota y el campo está muy seco. Al daño que provocan los conejos en las cosechas se suma una mala campaña agrícola. Si no llueve en las próximas semanas muchos agricultores no podrán recoger sus cosechas y perderán el trabajo de todo un año. Las orillas de los campos están comidas por los conejos, pero la siembra no levanta un palmo del suelo por la extrema sequía que llevamos arrastrando desde hace más de tres meses.
Después del almuerzo, la cosa ha cambiado y no he errado ningún conejo. He tumbado seis. Me he puesto arriba de los ribazos con muy buena visibilidad y los conejos salían a campo abierto. Miguel no ha querido tirar el hurón con las huronas porque están en celo y si los echa juntos pueden pasar horas en la madriguera hasta que salgan, así que hemos decidido hacer dos grupos: Alberto y Antonio por un lado y Miguel y yo por otro.
Miguel prefiere ver el trabajo de los hurones que coger la escopeta.
El macho, que lo he bautizado como Ronaldo, lo hace muy bien. Tiene dos años. Es muy dócil y manso, a pesar de sus afiladas garras. El bicho impone porque es muy grande. Entra y sale de manera incansable, sin dejar una boca por escudriñar. Si no fuera por el trabajo de estos animales, no matábamos ni uno.
Pasadas las 12 hemos decidido dar por finalizada la jornada porque hacía mucho calor y los hurones ya andaban cansados.
Al final la percha no ha ido del todo mal y entre los tres hemos matado una treintena de conejos.
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