domingo, 6 de noviembre de 2022

Grego

Hace ahora justo 20 años estábamos cazando en el coto de Peñadorada en Ossa de Montiel. Íbamos a la perdiz. De dentro del cañet arrancó una jabalina que llevaba varios rayones. Uno de los del grupo disparó a la cerda, sin conseguir matarla. De aquellos rayones todavía my pequeños cogimos cuatro. Yo me traje a casa uno. Le puse de nombre: Grego. De camino a casa llamé a mi madre para que comprara una tetina. Lo criamos con biberón. Tendría solo un par de semanas cuando lo cogimos. Las primeras semanas vivió con nosotros dentro de casa. Dormía detrás de la nevera, buscando el calor que desprende el motor del frigorífico. A mi madre le mordisqueaba las zapatillas mientras desayunaba. A mis hermanas no les hacía mucha gracia que estuviera en casa.
Ha estado conmigo 20 años. En diciembre los hubiera cumplido. No sé lo que puede vivir un jabalí. Leí que alrededor de 15 años. En su hábitat natural, imagino que mucho menos. Era uno más de la familia. Nada más escuchar mi voz salía a verme. Él solo abría la puerta. Al principio los guardaba todas las noches dentro de un pequeño cobertizo que hay dentro del corral para que no pasaran frío. Cuando tenía hambre pedía la comida golpeando la puerta metálica con su hocico. Todos los días entraba al corral para darle de comer. Lo que más le gustaba era la fruta, sobre todo los melones, pero también el maíz, el trigo, incluso el pienso de los perros. Últimamente se lo daba mezclado con el cereal. Cuando tenía sed se acercaba a la puerta para que le diera de beber. Le gustaba beber del chorro de la manguera. Beure al gallet, como dicen por aquí. Le encantaba revolcarse en el barro y que lo mojara con el agua, incluso en invierno. Era un animal muy inteligente, además de dócil y muy tierno, a pesar de ese aspecto fiero que tienen que impone miedo. Yo jugaba mucho con él. A veces me subía encima de su lomo, como si fuera un caballo. Lo que más le gustaba es que le acariciara detrás de las orejas y en la barriga. Era su punto débil, tanto es así que se tumbaba por completo. Era muy sociable y muy tranquilo. Muchas veces se acercaba a la puerta para que le diera caramelos mentolados. Le encantaban. Los cogía de mi mano con una suavidad pasmosa. Ha vivido en semilibertad. Llegó a desarrollar unas navajas y unas amoladeras espectaculares. Las perdía, pero le volvían a salir. Imponía por su gran tamaño. Llegó a pesar en torno a 150 kilos. Quienes venían a verlo a casa no habían visto un ejemplar tan grande en su vida. Después de traer a Grego a las pocas semanas me traje también a su hermana que la tenía un amigo en su casa de Valencia. Luna se llamaba. También murió, pero no fue por una causa natural sino por una negligencia del veterinario que la sedó para cortarle las pezuñas y no calculó bien la dosis. Murió en mis brazos. Nunca criaron. No sé si por estar en cautividad o porque eran hermanos. Cuando estaba en celo la boca se le llenaba de babas y desprendía un olor muy fuerte. Veinte años a mi lado. Hasta el último minuto de su vida ha estado conmigo. Te echaré mucho de menos. No sabes las alegrías que me has dado y lo feliz que me has hecho. Esta noche los perros no han ladrado. He habido un silencio sepulcral. Como si barruntaran lo ocurrido.

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