La polémica está
servida. El Gobierno está estudiando, según informaba este mismo periódico en
su edición de hoy sábado, dar prioridad a las actividades cinegéticas en los
montes públicos en detrimento de otras
actividades o formas de ocio como el senderismo o la búsqueda de setas.
La futura Ley de
Montes que prepara el Gobierno
establecería la prohibición de acceso al bosque en las zonas y los días en los que se organicen batidas o
monterías.
La finalidad parece obvia: garantizar la seguridad y evitar
accidentes.
Sin embargo, hay
quien entiende que no se puede prohibir el acceso al monte público y que pasar
de la advertencia a la prohibición es algo discutible desde el punto de vista
jurídico porque a juicio de algunos juristas choca con el derecho a la libre
circulación de las personas.
Personalmente me
parece muy sensato y razonable, precisamente, para evitar accidentes, que
cuando se organicen cacerías, en este caso monterías, que, además, requieren
los permisos correspondientes de la
Delegación de Gobierno y la Guardia Civil, se prohíba el acceso al monte de
cualquier persona que no esté relacionada con la cacería.
Los senderistas
dicen que tienen derecho a entrar en un monte público . Lo mismo dicen los
ciclistas y los cazadores. O cualquier persona que ame el campo. El monte
público al fin y al cabo es de todos.
En el coto donde
yo acostumbro a cazar es frecuente encontrar a seteros en una jornada de caza,
con el consiguiente peligro que ello entraña. La Ley prohíbe coger setas en una
propiedad privada. El coto debe estar debidamente señalizado. En este caso lo
está y los carteles pueden leerse en los caminos de acceso a la finca. Pues
bien. A pesar de ello, la gente sigue entrando a coger setas y raro es el día
que detrás de una mata no te sale un setero. Mi amigo Fran Gómez de Ossa de Montiel sabe lo que tiene que luchar cada día
para que esto no ocurra. Y si el día previsto se va a dar un ojeo, ni les
cuento porque el hecho de haber personas en el campo ese día hace que las
perdices o mejor dicho los bandos de perdices se partan y se salgan de la
mancha a abatir, dando al traste con el ojeo.
Si esto ocurre
un día de caza menor, imagínense el peligro que entraña algo así durante una
montería o una batida, que se dispara con balas y no con perdigones y el
alcance del proyectil es de varios cientos de metros.
Lo sensato y lo
razonable es que el monte público lo disfruten todos. También los cazadores y
por supuesto, los senderistas o los que buscan setas, o cualquier persona que
lo desee, pero con unas medidas de seguridad que lo hagan compatible y es
lógico pensar que cuando se organice una cacería, que no es ni mucho todos los
días, se restrinja el acceso de personas ajenas a la cacería, atendiendo a la
seguridad de todos.
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