Tenía muchas
ganas de volver a Peñadorada. El
último año que cacé allí fue en 2013,pero no fue una temporada completa. Cacé unos
cuantos días sueltos. La última media veda que estuve fue unos años antes,
concretamente en 2011. Desde entonces no había vuelto, solo ocasionalmente a un
par de ojeos. Un cara y cruz que se hace en el barranco, donde las perdices
cogen mucha altura, poniendo a prueba la puntería y la destreza de los
tiradores.
Siempre he
estado enamorado de este coto. Es muy completo en cuanto a especies cinegéticas
a cazar: conejo, liebre, pato, tordo, torcaz, codorniz, perdiz. Mi primera y
única becada la maté aquí. Guardo muy buenos recuerdos de Peñadorada, Peñahoradada que es su nombre verdadero,
que luego Baltasar me riñe, con razón, por escribirlo mal y de la cuadrilla que cazábamos allí: Miguel Ferrer, Ramón Ferrero, Salva Vila, Antonio Chofré, Pepe Mora,
Nacho Espadas, ...
Hablé con Fran a primeros de agosto y me dijo
que había alguna vacante, así que no me lo pensé dos veces y le dije que
contara conmigo.
A las 6,30
quedamos en vernos en el bar que está en la entrada de Ossa de Montiel. No
pegué ni ojo en toda la noche. Aún conservo los nervios del principiante. Genaro, Ramón y Domingo madrugaron
algo más que yo y habían ido a la panadería a comprar unas barras de pan para
el almuerzo.
Ya en el coto y
nada más bajar del coche, diviso a lo lejos una gorrina, que me mira fijamente
al darle el aire. Inmóvil, quieta como una estatua, no aparta su mirada de mí. Junto
a ella un par de rayones salen de dentro de la laguna y huyen al paso en
dirección a Navalcaballo.
Este año la
laguna tiene mucha agua y los jabalíes buscan el frescor para refugiarse.
Seguramente pasan allí la noche.
Una nube de
patos surte el cielo. Bandadas enteras de ánades, volando en forma de uve.
También garzas y agachadizas. Los primeros disparos de la mañana a las
codornices hacen que el cielo se convierta en un espectáculo de aves, digno del
mejor reportaje de La 2. Un auténtico paraíso cinegético.
Me ha acompañado este vaije Syrah, una preciosa labradora color
chocolate, que ya ha cumplido los dos años. Era la primera vez que se enfrentaba
a caza salvaje. Hasta ahora siempre habíamos ido a El Bonillo a la finca La Patirroja, pero con caza sembrada.
Era la primera vez que se enfrentaba en plena naturaleza a codornices, torcaces
y tórtolas. Hay que darle tiempo porque afición no le falta. En nada que
vayamos un par de veces más cogerá buena forma física. Igual que yo, que falta
me hace, tras los kilos de peso de más que he ganado.
La primera
codorniz tardamos un poco en encontrarla, pero al final Syrah se hizo con ella. Incluso en los sembrados son difíciles de
ver, pues se confunden fácilmente con el color de la tierra. Hay que fijarse
mucho y coger bien la referencia de donde han caído para no perderlas, pues no
hay peor cazador que el que deja caza en el monte sin cobrar. Fuimos bordeando
la laguna, buscando la humedad. No había trigo ni paja, por
aquí se siembra triticale, una mezcla entre trigo y centeno, pero a la codorniz le
gusta estar cerca de donde hay agua. Habiendo agua natural, hay codornices. No
falla.
Un poco más
adelante de donde abatí la primera codorniz me vuela una pareja. Tumbo la primera
que cae dentro del cañizo y yerro la segunda.
El doblete
conseguí hacerlo a continuación, pero solo encontramos una. La otra, tras estar
un rato buscándola, no nos hicimos con ella. Se necesita un perro muy
experimentado para cobrar en lugares tan espesos y con tanta vegetación. El
olor intenso de las cañas despista mucho al perro y les resta capacidad olfativa.
A mitad mañana paramos
debajo de un chaparro que nos proporcionaba una excelente sombra para comer y
beber algo fresco. Menos mal que Genaro
piensa en todo y también llevaba un bocadillo para mí. Almorzar en medio del
campo es una sensación única y entre amigos aún más.
Tras este
merecido descanso de perros y cazadores, proseguimos detrás de las codornices.
Torcaces se vieron muy pocos. Fran
los está cebando en el barranco, pero no nos pusimos. Lo dejamos descansar para
el próximo domingo. Algunos entraban a beber a la laguna cuando más apretaba el
calor, pero marcaban bien la distancia y no se ponían a tiro.
El terreno
aunque es muy llano resultaba incómodo de caminar por la cantidad de hierba y
maleza que hay, lo que me obligaba a levantar mucho las rodillas para no
enredarme y caer. Cuando llevas 5 horas en el campo, cansa. Las agujetas que
tengo hoy, delatan que el día fue duro.
Otra codorniz
arranca unos metros delante de mí y la abato de segundo tiro. La escopeta que llevo conmigo tiene un segundo
cañón muy cerrado. Syrah la cobra sin
problemas.
El primer torcaz
me cayó dentro del agua. Le tiré cruzado, adelantando el tiro. No quería
perderlo, así que me metí con Syrah
para cobrarlo. Saqué las lleves del coche y el móvil para que no se mojaran y
allí que nos metimos hasta la cintura. Me vino bien ese medio chapuzón en el
agua fresca de la laguna.
Llegando al
coche me vuela una pareja de tórtolas de una carrasca. Yerro la primera y
engancho la segunda de un certero tiro. Para Syrah también era su primera tórtola.
Genaro ya estaba en el coche para irse
cuando decido dar la última vuelta. Estaba disfrutando de lo lindo y quería
apurar hasta última hora de la mañana, además, al haber agua en abundancia, el
perro se refresca constantemente y no hay ningún riesgo que le dé un golpe de
calor.
De una carrasca
vuela un torcaz que abato de segundo tiro. Cae de ala. Tras hacernos correr un
rato por el sembrado, conseguimos cogerlo.
Dicen que las
codornices tienen un tiro fácil y no se fallan. Incluso que fallándolas te dan
una segunda oportunidad porque tienen un vuelo corto y si te fijas bien donde
paran, puedes ir a buscarlas de nuevo. Yo erré dos que me arrancaron de los
pies y las perdí de vista. Estas fuertes eran un rato.
Aunque la percha no fue muy abultada, una jornada
inolvidable de torcaces, codornices y tórtolas, de las que difícilmente se
olvidan.
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