Al llegar a Ossa
de Montiel el termómetro marcaba - 6 bajo cero. En
Peñadorada algo menos: -3,5, pero no había la escarcha de días atrás y a
mitad mañana nos sobraba ropa.
Este viaje sí
que me ha acompañado Syrah y ha estado
sencillamente genial, tanto en el cobro como en la muestra.
Hoy día 13 de
enero es mi cumpleaños, 56 años, así que, qué mejor forma de celebrarlo que
yéndome a cazar a Peñadorada. Al
empezar la mañana se veían muchos tordos, así que hemos decidido ponernos un
rato al tordo. No mucho tiempo la verdad porque cuando hemos salido del coche
habíamos cogido cartuchos para la perdiz y nos hemos echado unos pocos más al chaleco por
si se terciaba la mañana para el tordo. Y la verdad es que nos quedamos cortos
porque era un auténtico chorreo de tordos hasta que terminamos la munición.
Entre volver al
coche a por más cartuchos o seguir cazando la perdiz, optamos por esto último.
Oigo a Genaro disparar y la primera
oportunidad que tengo la fallo y no me la quitaría de la cabeza en toda la
mañana.
Ya en el monte,
me estreno con el primer conejo. Más tarde Syrah
se quedaría de muestra en otro, que también lo abato. Menos mal porque llevaba
una mala racha con los conejos que ni te cuento.
Tuve que esperar
un buen rato hasta colgarme la primera perdiz. Y es que a estas alturas de
temporada las perdices están muy duras y esquivas.
Genaro y Ramón deciden ponerse al tordo en el barranco, ya que durante toda
la mañana se veía mucho movimiento de pájaros. Yo preferí irme a la nava a ver si daba con alguna
codorniz, aprovechando que este viaje venía Syrah
conmigo.
La primera
vuelta no tuvimos suerte. No vimos nada. Tampoco ninguna becacina y eso que
rodando la laguna en las orillas todavía queda algo de agua. Y donde hay
humedad, hay becacinas y codornices. En enero y con codornices todavía en el
campo, cuando lo normal es que a estas alturas hayan emigrado ya todas. La codorniz no es
como la paloma torcaz que cada es más sedentaria.
Comienzo la
segunda vuelta en dirección a Navalcaballo y Syrah se queda de muestra. De los morros levanta una pareja de
codornices. Yerro los dos disparos tratando de hacer un doblete. Se cruzaron en
el aire y esas décimas de segundo que dudé a cual tirar fue suficiente para no abatir
ninguna. Menos mal que los perros no hablan aunque su mirada lo decía todo.
Burro, debió pensar.
Veo volar un
bando de perdices en dirección a
Navalcaballo. Por la forma de volar supe enseguida que eran del terreno.
Las perdí de vista en cuestión de segundos.
Cuando voy por
un llano, vuela otro bando largo a mi izquierda. Me meto de nuevo en la laguna
por si se hubieran dejado caer allí. Pero nada, como si se las hubiera tragado
la tierra.
Ya dentro del
cañet, vuela, seguramente una de las codornices que erré en el lance anterior.
Por donde estaba era fácil que fuera una de ellas. La distancia era algo mayor
y cruzada. La abato. La cuestión era
ahora encontrarla porque, además, la codorniz se mimetiza mucho por el color de
sus plumas con la tierra y a simple vista es difícil verla.
Syrah estuvo atenta y la cobró. Con
estos dos lances que hizo la perra, yo ya estaba más que satisfecho.
Aún pude tirar a
un par de perdices más. La primera me sorprendió porque no la vi y solo pude
tirarle un tiro al taparme una carrasca. Más tarde volé otra larga que erré.
Cuando ya iba hacia el coche que lo había dejado cerca de la loma donde estaba
cazando, Syrah vuela un bando pegado
a la valla, con tan buena suerte que una despistada vino en dirección hacia
donde yo estaba y la abatí de segundo tiro.
En el barranco
donde estaban Genaro y Ramón era un sin parar de disparos.
Cuando yo me fui aún había revuelo de pájaros y eran más de las 3 del mediodía.
La percha de Genaro lo dice todo: 68
tordos cobrados.
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