Ayer jueves día 31 estuve en Pozo Cañada en la finca Torre Mahiques tirando al pato. De almuerzo y para coger fuerzas, Juan y Tere nos prepararon unas deliciosas migas de pastor. No hay cacería que se precie, que no vaya acompañada de unas buenas migas con panceta, huevo y chorizo, como mandan los cánones.
Antes de salir, los guardias medioambientales pidieron la documentación a todos los cazadores.
Tras este copioso y reconfortante almuerzo nos dirigimos a los puestos. En total 9. A mí tocó punta. No hubo sorteo y David, el guardia mayor de la finca, nos fue poniendo uno a uno. De secretario estuvo conmigo Manolo, también cazador y excelente persona.
El puesto tenía una excelente visibilidad. No había juncos ni pinos delante que impidieran ver a los patos acercarse con claridad. De espaldas a nosotros la laguna, con algo menos de agua desde la última vez que la vi.
Día incómodo para cazadores, secretarios y ojeadores por el fortísimo viento que hizo durante todo el día, con rachas muy fuertes que hacían imposible mantener en pie las barracas, incluso las paletas que se ponen para proteger a los tiradores de disparos fortuitos.
Hubo patos para todos los gustos. De pico, cruzados, raseros. Altos que iban a las nubes y otros más confiados que entraban a los puestos a punto de caramelo. Obviamente este pato no tiene nada que ver con el pato salvaje, mucho más veloz y desconfiado, pero cumple
sobradamente con las expectativas, sobre todo, a los que nos gusta apretar el
gatillo.
En el primero de los ojeos estuve bastante certero, bajando patos a gran altura. En total abatí 35. El promedio fue bueno. Tiré con sexta y 34 gramos. Descolgué algunos que merecieron la felicitación de Manolo que me animaba a tirar a patos cada vez más altos. Muchos fuera de tiro. Si al torcaz hay que tirarle cuando le ves el collarín, a los patos hay que tirarles cuando les ves los ojos. Al menos eso dicen.
En el primero de los ojeos estuve bastante certero, bajando patos a gran altura. En total abatí 35. El promedio fue bueno. Tiré con sexta y 34 gramos. Descolgué algunos que merecieron la felicitación de Manolo que me animaba a tirar a patos cada vez más altos. Muchos fuera de tiro. Si al torcaz hay que tirarle cuando le ves el collarín, a los patos hay que tirarles cuando les ves los ojos. Al menos eso dicen.
Después de este
primer ojeo fuimos a la casa a tomar el taco en un majestuoso pabellón de caza
con trofeos de hipopótamos y facocheros que colgaban de sus paredes y traviesas
de madera.
Tras coger nuevamente fuerzas comenzó el
segundo y último de los ojeos. Aquí los patos entraban más altos. Cogían
bastante altura. Los que venían en contra del aire les costaba avanzar debido a
la dificultad. En este puesto cambié la Mateo Mendicute por la Pedro Arrizabalaga, con un segundo cañón,
mucho más cerrado de 11 décimas. Esto te permite hacer tiros más largos, pero por
contra, a distancias cortas es menos efectivo, con lo cual, te puedes "tragar"
patos que entran por encima de la cabeza, como me ocurrió en más de una
ocasión.
En este puesto
descolgué 24, pero el promedio bajó. Un porcentaje bueno es de cada 3 disparos
abatir una pieza.
Ya en la casa y
con el frío todavía en el cuerpo, Juan
y Tere habían preparado un delicioso
arroz caldoso de pollo. Para completar tan suculenta comida, hubo también para
los más glotones: chuletas de cordero.
Excelente
organización y una cuadrilla de cazadores con los que da gusto compartir mesa y
mantel y, sobre todo, un inmejorable día de caza.
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