Estamos ya en
los últimos días de caza y eso se nota. Hoy ha sido para mí la última jornada
de caza, a falta de una tirada de acuáticas programada para el próximo jueves,
así que cuelgo el chaleco y la escopeta hasta la temporada que viene.
En el campo se
ven ya muchas perdices emparejadas. Matar una hembra a estas alturas supone
muchos pollos menos para el año próximo. Así que si queremos que el año que
viene haya perdices va a depender mucho de lo que hagamos ahora. Una buena
gestión cinegética es todo en la caza.
La mañana ha
empezado muy nublada y fresca. No me he
desprendido de mi chaquetón en ningún momento. Hoy hacía día de braga y
guantes, también de chimenea, aunque como dice el refrán: " gato con
guantes ... no caza ratones". Como este viaje no he ido con mi coche habitual porque lo tengo en el taller y
en el maletero guardo los cartuchos y la ropa de caza he tenido que pedir
prestado el chaleco y la braga.
Genaro, que hoy venía acompañado con
toda la familia ha llegado antes que yo para ver si había paso de tordos. El
día acompañaba, frío y con algo de niebla, pero no había pájaros. Solo hemos
movido algunos cuando íbamos cazando por el monte. Andaban parados en las
sabinas y el revoloteo era constante.
La novia de
Genaro, Geno, se ha topado con un
jabalí pequeño. El susto todavía le dura en el cuerpo. Había una montería en la
finca de al lado.
En la caza es
fundamental el compañerismo. Cazar con una buena cuadrilla, llevar bien la
mano... es garantía de un éxito seguro que no siempre se mide por el número de
piezas abatidas.
Genaro ya llevaba tres en el zurrón
cuando yo todavía no había ni apretado el gatillo.
Tras cazar casi un
par de horas, solo he tenido ocasión de tirar a una perdiz en toda la mañana.
La he visto larga de peón y he salido tras ella para cortarle el paso. Cuando
ha echado a volar no la he dejado ni respirar.
Syrah tiene que cazar más corta. Ha
volado perdices largas a las que no les he podido tirar.
Es una perra muy
potente. Incansable, aunque le sobran algunos kilos como a su amo.
Tras horas de
patear el monte, con más afición que otra cosa, he cogido el coche y me he ido
a la nava. No he volado ninguna codorniz. Tampoco he visto ninguna perdiz.
Cuando llevaba
los ánimos por los suelos, veo a Syrah
puesta. Pensaba que era un conejo. De los morros arranca una liebre. Le tiro el
primer tiro muy encima. La dejo pasar y yerro el segundo. Por qué los perros no
hablan ....
Para aliviar el
disgusto he parado en El Rincón de Pedro
de Almansa donde todo son alegrías. Me he tomado un lechazo al horno con
patatas a lo pobre, regado con un buen Rioja, que ya se me ha olvidado el lance
de la liebre.