Vengo
consternado de ver el coto en el que ha cazado toda mi vida, lleno de jaulas y
de cajas de cartón y de plástico. Se trata de restos de las sueltas de perdices
de bote que hacen los actuales gestores.
Se te cae literalmente
el alma al suelo cuando ves eso, sobre todo, para quienes hemos conocido ese
coto en todo su esplendor y belleza, no sólo cinegética, sino también
paisajística.
Quedan muy pocos
cotos en España que todavía conserven la perdiz autóctona y este era uno de
ellos. Y hablo en pasado porque ya no volverá a ser lo que fue.
La perdiz
salvaje no puede convivir con la de granja. Los cotos en España se están
convirtiendo en auténticas granjas cinegéticas.
Cuando haces
sueltas de perdices es irreversible. El daño está hecho. Las perdices de granja
transmiten muchas enfermedades y atraen a multitud de alimañas porque son presa
fácil de zorros o jabalíes.
Ojeos o caza en
mano. Faisanes, codornices, perdices, patos, conejos. Todo a gusto del
consumidor. Fincas de caza mayor que son auténticos cercones.
Pocas piezas
pueden presumir de ser salvajes. La becada, la paloma torcaz, la tórtola común
y el tordo. Y poco más. El resto son productos de laboratorio.
Cuando he visto
las jaulas con perdices dentro que sirven de reclamo a las otras, me ha venido
a la memoria, no sólo el grupo de amigos que durante muchos años hemos cazado
allí sino la cantidad de jornadas maravillosas que me ha deparado la finca,
tirando a perdices, conejos, liebres, codornices, torcaces, tórtolas, tordos o patos. Mi
primera y única becada la abatí allí.
Un auténtico
vergel cinegético hoy convertido en un auténtico páramo, en una auténtica
pesadilla, donde si no se suelta "género" no hay caza. Habrá quien le
guste esto, incluso a quien le divierta, no lo critico, lo respeto, pero a mí
que no me busquen porque no me encontrarán para participar de este simulacro en
el que se ha convertido la caza.
Una finca que
era conejera cien por cien, con cientos de majanos desperdigados por el coto que
servían de refugio a los rabudos, hoy no tiene conejos. A esta finca se le han
llegado a coger más de dos mil conejos sólo con lazos y cepos. Más aparte los
que han sido víctimas de las escopetas.
Muchos cazadores
prefieren la cantidad a la calidad. Hacerse la foto de rigor para colgarla después
en instagram o facebook, con medio
millar de perdices abatidas en un ojeo, mola más que colgarte un par de
patirrojas, que te han hecho sudar tinta para abatirlas.
Son conceptos
distintos. Diferentes maneras de ver y sentir la caza. Los dueños de las fincas
se rigen sólo por criterios económicos porque entienden la caza sólo como
negocio. Muchos, además, quieren vivir de la agricultura y de la caza. Si
tienen campos de rastrojos se apresuran a vender la paja, que la empacan nada
más terminar de cosechar, pero quieren que después haya codornices. Siembran
extensos campos de trigo o cebada para vender el cereal, pero no dejan rochas,
que sirvan de alimento a los animales.
Como no hay caza
salvaje se ha impuesto la caza artificial. Mucho más rentable para los dueños
de los cotos, que compran la perdiz a seis euros o menos y la venden a 25 o más.
Yo empecé a
cazar algo ya mayor. Pero escuchaba historias relacionadas con la caza sobre
todo al casero de la finca, Vicente
Calatayud, cazador y excelente persona, ya fallecido, oírle contar que cuando
salían aquí en Fontanars a cazar perdices ,venían con la canana vacía y el
colgador con varias patirrojas. En aquella época de la que les hablo no había apenas
coches, la munición y las escopetas eran lo que eran-no había repetidoras,
normalmente eran escopetas planas y sólo unos pocos salían al campo a cazar. Al
tordo ni se le tiraba porque el cartucho era escaso y caro.
Hoy todo esto se
ha invertido. El coche nos lleva a donde queramos. Todo el mundo dispone de
vehículo. Las armas son mucho más sofisticadas. Existen multitud de calibres y
de munición y campos de tiro donde entrenar.
Pero puestos a
elegir, me quedo con las historias que me contaba Vicente.