La noche antes
de irme a Peñadorada barrunté que cogería niebla durante el viaje. No me
equivoqué lo más mínimo. Antes de llegar a Albacete la carretera literalmente
desapareció. A penas podía verse a unos metros de distancia.
Cuando llego a
Ossa de Montiel, el campo es un gran manto blanco debido a la escarcha de la
madrugada. Los viñedos están helados con la escarcha pegada a los troncos de la
cepa y a los sarmientos, aún sin podar. Un paisaje muy bucólico.
Cuando la niebla
ya se había levantado, pasado Munera, esquivo a dos perdices que se encontraban
en medio de la carretera. De regreso me encontré con otro pegote en el mismo sitio.
Sobre las 9 nos
pusimos a cazar. El suelo aún está blanco por la escarcha. El crujir de las botas al caminar es
inconfundible. El primero en estrenarse fui yo con una perdiz emboscada a la
que no le dejé ni respirar.
Al cabo de un
par de horas en el monte paramos a echar un bocado. Genaro compartió conmigo un trozo de su bocadillo y sacó un táper con
queso curado.
Tras un buen rato detrás de las patirrojas, con poca
fortuna porque no di con ellas en toda la mañana, cogí el coche y me fui a la
nava. Un par de semanas antes estuvo Fran
y voló cinco codornices y alguna becacina.
Cambié de
cartuchos y cogí plomo del 9. Pegada a la orilla de la laguna vuela una de
estas pequeñas aves. La tumbo de primer disparo y cae dentro del agua. No me lo
pienso dos veces y me meto dentro para cobrarla. El agua me llegaba hasta la
cintura. Con el cañón de mi escopeta separaba los espesos juncos para divisar
mejor la zona, pero no hubo forma de encontrarla.
Poco después
vuela otra del cañet, pero no estuve atento y cuando traté de identificarla ya
era demasiado tarde. Son muy rápidas.
Llegué al linde
de Navalcaballo, pero no di con las perdices. A lo lejos oía los tiros de Genaro que conociéndolo ya llevaría
media docena de perdices a la espalda. No me equivoqué mucho porque al final de la jornada fueron diez las que se echó al
zurrón.
En un llano de
debajo de una sabina, sale un conejo disparado hacia un majano. Yerro los dos
tiros. Estuve muy lento e hice los tiros traseros.
Dormí poco la
noche anterior y cuando no se descansa lo suficiente los reflejos no son los mismos.
Hay que estar muy rápido.
Llegando al
coche, decido dar una vuelta por un perdido de romeros, donde antes había mucho
conejo. Justo en la punta, otro conejo sale disparado a buscar refugio en el
majano. También escapó a los perdigones.
Estaba claro que
no era mi día para el conejo.